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17 February 2003
El Gran Chivo expiatorio
Mass media - Articles XSM
La Vanguardia
  
 

Tags: Europe | International

Intenten por un momento visualizar la cara que pondría Judit Mascó si la despertaran a media noche con la noticia de que ha conseguido un prestigioso premio futbolístico. O la que pondría Michael Reiziger si le dijeran que ha ganado un concurso de belleza. Pues esa cara, esa misma cara, es la que debí poner yo el otro día cuando Alfredo Abián me comunicó que me habían otorgado el Premio Godó 2002 de... ¡periodismo!

Después de la superlativa sorpresa (entre ustedes y yo: tengo tanto de periodista como Judit Mascó de futbolista o Reiziger de guapo), Alfredo me dijo que no se premiaba mi inexistente carrera periodística, sino un artículo de opinión llamado “La Esperanza de África ”. Además de clarificar las cosas, eso me alegró sobremanera porque entendí que la Fundación Conde de Barcelona hacía una llamada implícita a nuestros medios de comunicación para que traten más a menudo uno de los problemas más acuciantes del mundo: la pobreza de África. En efecto, en el artículo premiado describía los factores que impiden el desarrollo económico del continente negro. Y entre ellos, naturalmente, destacaba la pintoresca política agraria de Europa y Estados Unidos: cuando los ricos ponemos barreras comerciales y subsidiamos nuestra agricultura, no sólo impedimos que los países pobres exporten a nuestros lucrativos mercados sino que, además, ni siquiera les dejamos vender en su propia casa ya que nuestros productos se pueden encontrar en sus supermercados a precios inferiores. Eso, naturalmente, comporta la ruina de millones de pequeños agricultores locales.

En el artículo también hacía un llamamiento a las ONGs para que concentraran sus enormes energías en combatir nuestra hipócrita política agraria. Recuerden que, en aquella época -mi artículo se publicó en Febrero del 2001- el movimiento antiglobalización estaba liderado por Bernard Cassen, Ignacio Ramonet y José Bové, personajes que parecían estar más interesados en proteger los negocios de los agricultores franceses que en erradicar la pobreza del mundo.

Afortunadamente, las cosas han cambiado bastante desde entonces y, en la actualidad, la mayor parte del movimiento parece estar de acuerdo en que la liberalización (repito, liberalización) de nuestros mercados agrícolas sería un paso importante para que África saliera del pozo. Ignoraré el hecho de que, cuando yo propuse esas medidas hace muchos años, el movimiento me acusó de ser estar “al servicio de la oligarquía que paga mi sueldo de mercenario” y de ser un “ultra-neoliberal” (salvaje,... claro), mientras que, cuando ellos proponen esas mismas mesuras liberalizadoras (re-catalogadas, eso sí, con la etiqueta de “comercio justo”) se muestran “solidarios” y “equitativos”. Y lo ignoraré porque a veces es más importante enfatizar las coincidencias que las diferencias, y porque el movimiento debe ser aplaudido cuando cambia de dirección y hace las cosas bien.

Una vez dicho todo esto, debo expresar mi preocupación por la utilización partidista que se está haciendo del tema agrícola. Primero porque, a pesar de que la liberalización de nuestros mercados sería beneficiosa para el tercer mundo, no sería la panacea que muchos proclaman: la economía es muy compleja y ninguna medida, por sí sola, pondrá mágicamente a ningún país en la senda del desarrollo. Y segundo, porque los problemas de los países pobres van mucho más allá del proteccionismo y la hipocresía de los ricos. Sin ir más lejos, en el artículo “La Esperanza de Africa”, también hablaba de la responsabilidad que los líderes políticos y económicos africanos tenían a la hora de reformar sus propias economías e instituciones. En este sentido, últimamente he detectado una perversa tendencia por parte de muchos políticos a eludir responsabilidades a base de echar las culpas a Europa y Estados Unidos. Eso se ha visto con cristalina transparencia en las recientes reuniones de Porto Alegre y de Davos: desde Lula da Silva de Brasil hasta Benjamin Mkapa de Tanzania, pasando por Alejandro Toledo de Perú o Joaquim Chissano de Mozambique, uno tras otro, los líderes de países pobres desfilaron por sus podios intentando vender la idea de que los problemas de sus países no tenían nada que ver con su propia incapacidad o la de sus antecesores, sino que eran responsabilidad exclusiva de la política agrícola de los ricos.

El caso más esperpéntico lo vimos en Davos, donde Eduardo Duhalde, presidente de esa República Argentina cuya clase política ha hecho todo lo posible por arruinar a un país de extraordinario potencial económico: en lugar de entonar el mea culpa, el señor Duhalde intentó convencernos de que la crisis no tenía nada que ver con las nefastas decisiones que tomaron los sucesivos gobiernos argentinos sino que se debía, ¿cómo no?, a las políticas agrarias europea y norteamericana. Lo más inaudito del caso es que don Eduardo pronunciaba su patético discurso el mismo día en que apuñalaba por la espalda a Carlos Menem y a la frágil democracia argentina y abolía las elecciones primarias de su partido con el único objetivo de perpetuar a sus amiguetes en el poder.

Sí. Los países pobres necesitan nuestros mercados. Pero también necesitan líderes responsables e instituciones eficientes que fomenten la creación de riqueza. Lo que no necesitan son pretextos y subterfugios. Y mucho me temo que nuestra política agraria, nuestra deplorable política agraria, está siendo utilizada por políticos sin escrúpulos del tercer mundo como un nuevo e inquietante gran chivo expiatorio.

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