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11 January 2009
Funcionarios Doctrinales
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La Vanguardia
  
 

Tags: Capitalism | Education | Freakonomics

Cuando Marco Polo llegó a China en 1271, se encontró con una civilización milenaria que había sido capaz de inventar el papel, la porcelana, la imprenta de bloques de madera, la pólvora, el compás, las cometas, la carretilla, los fuegos artificiales o los canales con compuertas. Un mundo maravilloso que parecía estar a años luz de esa lóbrega Europa medieval pero que… a pesar de que Marco Polo no se daba cuenta, estaba cambiando de manera irreversible: con la llegada de los mongoles y la dinastía Yuan, esa China que tantos inventos había producido empezó a dejar de generar ideas y se vio superada por una Europa que, en pocos siglos, fue capaz de hacer las revoluciones científica, industrial y social que dieron lugar al mundo occidental que hoy conocemos.

Por qué la civilización china quedó tan atrasada en tan poco tiempo es uno de los rompecabezas más fascinantes de la historia. Entre las muchas teorías existentes, la más convincente es la de Geoffrey Lloyd y Nathan Sivin: los conocimientos en China estaban en manos de una burocracia feudal (el mandarinato) cuya misión era controlar y administrar ese gigantesco país. Los burócratas decidían a través de un complejo y durísimo sistema de exámenes, no sólo quien era apto para acceder a los conocimientos sino qué tipo de conocimientos eran aceptables. Es decir, el estado decidía qué se debía estudiar y cómo se debía estudiar. La monopolización de los conocimientos y la educación por parte del funcionariado hizo que desapareciera el pensamiento libre e independiente y el escepticismo sistemático que se requiere para que surjan las ideas y la innovación. Los “sabios” chinos eran poco dados a buscar nuevos conceptos por miedo a irritar al establishment doctrinal.

Digo que la teoría de Lloyd y Sivin es la más convincente porque se ve confirmada por otros episodios históricos. En el siglo IX, Bagdad estaba intelectualmente a la cabeza del mundo Mediterráneo. Fue en el seno del Islam donde se tradujeron los grandes clásicos griegos y romanos, se originaron los hospitales, se realizaron grandes progresos filosofía, astronomía o matemáticas (la palabra álgebra proviene del árabe al jabar). Sin embargo, ese liderazgo desapareció en apenas dos siglos debido a la inflexibilidad de las autoridades fundamentalistas. Los astrónomos islámicos ya habían observado que los planetas no describían círculos sino elipses alrededor del sol (algo que Kepler redescubrió en el siglo XVII), pero nunca tuvieron la libertad para pensar que esas órbitas elípticas respondían a una leyes de la gravedad y a un heliocentrismo contrario a la versión oficial del Islam.

Retrasando todavía más el reloj, otro fundamentalismo, el cristiano, contribuyó a poner fin al pensamiento clásico greco-romano. Durante su época dorada, la Grecia de Tales de Mileto, Ptolomeo, Pitágoras y Aristóteles era una pura olimpiada de sabiduría, donde la inteligencia, la agudeza, la creatividad y el pensamiento eran premiados como si de competiciones deportivas se tratara. De hecho, en la Grecia clásica no había mucha distinción entre educación deportiva e intelectual. Toda esa libertad de la que gozaron los pensadores clásicos dejó paso a la “verdad absoluta” dictada por el dios medieval cristiano, una “verdad” defendida con la espada desde el poder militar. Eso frenó el progreso científico durante siglos, hasta que Tomás de Aquino reintrodujo a un Aristóteles que se había conservado gracias al islam.

Les explico todo esto porque parece que estamos asistiendo, en directo, a una nueva pérdida de liderazgo intelectual: la de Europa. Las grandes universidades de Alemania, Francia, Inglaterra, Suiza o Italia, que eran las mejores del planeta hace sólo 50 años, han dejado de liderar el mundo intelectual. ¿Por qué? Pues por la misma razón que chinos, islámicos o grecorromanos perdieron su hegemonía: el control monopolístico por parte del estado.

La gravedad de la situación universitaria europea está llevando a  nuestros líderes a introducir reformas como la del Plan de Bolonia. El problema es que el tan criticado plan parece un intento burdo de crear un espacio de mayor movilidad para nuestros estudiantes y licenciados. Aunque esto de la movilidad está bien, no soluciona el problema principal. Es más, lo empeora porque al buscar más coordinación, se evita la competencia entre universidades por la obtención de fondos, estudiantes y profesores. Esa falta de competencia hace que las universidades no tengan incentivos a mejorar la oferta educativa o a generar más ideas que los demás. Y el progreso de las ideas es muy difícil sin un escepticismo generalizado que no se puede dar si los pensadores son funcionarios del estado con miedo a perder la financiación cuando se enfrentan al poder y no tienen alternativa a la que acudir.

No. El plan de Bolonia no ha causado el declive universitario europeo, pero sí representa una oportunidad perdida para enmendar la situación y sí demuestra que nuestros líderes políticos todavía no han identificado el problema real. Marco Polo no vio que su admirada China estaba ya en decadencia por culpa del monopolio público del conocimiento. Siete siglos después se está repitiendo la historia y Europa perderá definitivamente el liderazgo intelectual que ha ostentado desde el renacimiento si no introduce profundas reformas que conlleven más competencia entre universidades, un menor control estatal de la educación y la ciencia y, sobre todo, menos burócratas de la intelectualidad y funcionarios doctrinales.

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