Tags: Catalunya Una de las cosas que más me ha sorprendido en la vida es aquella foto de Spencer Tunick en la que 7.000 personas posaban desnudas en la Avenida María Cristina de Barcelona. Lo que me llamó la atención no fue la foto en sí, sino el orgullo con el que la prensa destacaba el hecho de que Catalunya batía el récord mundial de personas enseñando el culo. Y es que los catalanes tenemos esa peculiar tendencia a enorgullecernos de las cosas más inútiles.
En un momento en que el mundo civilizado parece despertarse del sueño del mayo del 68, nosotros damos el poder político a unos partidos con unas preocupantes ansias de regular nuestra vida: por un lado está el partido socialista, el mismo que ha sido humillado en Francia por proponer fórmulas paleolíticas pero al que aquí hemos otorgado unas cuotas de poder que, si exceptuamos a Corea del Norte, no se dan en ningún país del mundo. Luego está Iniciativa, el único partido comunista del planeta que todavía está en el poder (exceptuando otra vez a Corea del Norte) aunque ahora no se hagan llamar comunistas sino eco-socialistas. Se sorprenderán ustedes de saber que eco-socialista no quiere decir que repiten, cual eco, todo lo que dicen los socialistas sino que son ecologistas. Cualquiera diría, dada la catastrófica destrucción del paisaje que causan los parques eólicos que defienden. Finalmente está ERC un partido que tradicionalmente ha “marcado paquete independentista” (Puigcercós dixit) pero que, al diseñar Montilla unos pantalones en los que tan colosal protuberancia no tenía cabida, tuvieron que pasar a “cargar” su masculinidad por el lado izquierdo, para desconsuelo de muchos de sus electores. Porque, al ser el izquierdismo lo único que une a socialistas, ecologistas e independentistas, si quieren seguir ocupando sillas sin que se note demasiado la falta de proyecto común, cada uno de ellos se esfuerza por “marcar más paquete de izquierdas” que los demás. Esta nefasta carrera hace que nos encontremos en un país monopolizado políticamente por una progresía anticuada e intervencionista a la que le gusta prohibir, limitar la libertad y regular todas nuestras actividades.
El último despropósito es la rebaja del límite de velocidad a 80 km/h alrededor de las grandes urbes para, según dicen, reducir las emisiones de dióxido de nitrógeno y, ¿cómo no?, de los gases invernadero que causan el cambio climático.
Digo despropósito porque no habían pasado ni 24 horas de la aprobación de la ley que apareció un estudio del RACC en el que los expertos cuestionaban su efectividad: la reducción de velocidad podía acabar aumentando las emisiones si los conductores reducían la marcha y, al hacerlo, aumentaban las revoluciones del motor.
Yo no sé si el estudio del RACC es serio, pero me preocupa que la Generalitat apruebe leyes sin dar explicaciones. Dada la tendencia que tiene a gastar millones en propaganda… perdón, información, ¿por qué no nos informa de donde están los estudios que demuestran que las medidas tomadas son deseables? Y no me refiero a una simulación que demuestre que las emisiones a 80 por hora son inferiores a las de 120. Me refiero a un estudio que demuestre que la reducción de emisiones, si es que la hay, será suficiente para compensar la pérdida de bienestar que la ley nos va a causar a todos.
Al fin y al cabo, muchos tendremos que levantarnos 20 minutos antes y llegaremos a casa 20 minutos después cosa que supondrá perder, entre todos, millones de horas adicionales en la carretera. Tendremos que pasar menos tiempo con nuestros hijos y eso nos creará malestar. O tendremos que dormir menos, iremos más cansados al trabajo y nuestra productividad será menor. O estaremos cabreados porque se discrimina a los que vivimos cerca de Barcelona (¿o es que los coches que van a 120 por Osona no contaminan igual que los de Barcelona?) O nos sentiremos engañados por esos políticos que nos han dicho durante años que los extravagantes impuestos sobre la gasolina eran para compensar las emisiones de los coches (si eso es así, ¿a que vienen estas restricciones adicionales?) O estaremos hasta las narices de que la policía nos ponga multas esperpénticas por ir a 100 por hora (los conductores de las rondas saben que es imposible ir a 80 cuando hay una bajada y, por lo tanto, habrá multas a toneladas).
Insisto: ¿dónde está el estudio que demuestra que todos estos efectos negativos son menores que los beneficios que genera la prohibición de ir a más de 80? La verdad es que tanta pregunta sin responder resulta cómica. O quizá trágica, porque la ley se publicó el día en que Merck decidía trasladar su sede a Madrid. La excusa que pone la empresa es que los ministerios están allí. Pero eso es mentira: los ministerios ya estaban en Madrid cuando Merck decidió instalarse en Barcelona hace años. ¿Por qué se va ahora? Pues porque antes Barcelona era competitiva y ahora, con tanta regulación y tanta “política de progreso y de izquierdas” nuestra economía es cada vez menos atractiva para las empresas que crean riqueza y puestos de trabajo. Mientras Esperanza Aguirre apuesta por la competitividad y el progreso de verdad, nosotros seguimos persiguiendo los récords mundiales de lo absurdo: una vez conseguida la foto con más personas enseñando el trasero, nos da igual que nuestro govern hunda lentamente la economía siempre que se pueda decir que es el más el más progre, el más social, el más sostenible y que, con la conocida excepción de Corea del Norte, tiene el paquete más grande del mundo.
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