Tags: Education | Freakonomics | United States “Entonces dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre ella.’ Creó, pues, Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Los bendijo y les dijo: ‘Sed fecundos y multiplicaos. Llenad la tierra y dominadla’... Y vio Dios que cuanto había hecho era bueno. Atardeció y amaneció el sexto día” (Génesis, Capítulo 1).
La creación del hombre es motivo de controversia en Estados Unidos, donde la extrema derecha religiosa está intentando que la “teoría” del diseño inteligente sea enseñada en las clases de ciencias naturales. El diseño inteligente es la última versión del creacionismo judeocristiano según el cual el hombre no es el resultado de un complejo proceso de evolución darwiniana sino el fruto directo de la creación divina. La “teoría” acepta que la selección natural explica fenómenos como que las bacterias acaben desarrollando resistencia a los fármacos pero niega que ésta explique la creación del hombre. De hecho, los defensores del diseño inteligente aprovechan las lagunas en nuestro conocimiento científico para argumentar que lo “inexplicable” tiene que ser fruto de la acción de Dios. Este no es un fenómeno nuevo. Desde siempre el hombre ha asociado lo desconocido con las deidades. En sociedades más primitivas, todos los fenómenos naturales inexplicados (el rayo, el trueno, los volcanes, los planetas o los terremotos) eran resultado de alguna manifestación divina.
Todo esto sería muy interesante si se explicara en las clases de teología o de historia de la religión. El problema es que los fundamentalistas cristianos intentan colarla en las clases de ciencias naturales. Y, como ciencia natural, el diseño inteligente es un fraude que viola los principios básicos de cualquier teoría científica. Entre ellos, el que dice que toda teoría tiene que ser empíricamente rechazable. Decir que un determinado fenómeno es fruto de la intervención divina es una cuestión que nunca puede ser refutada empíricamente por lo que el diseño inteligente no es una teoría científica.
Lo no quiere decir que ciencia y religión deban estar enfrentadas. De hecho, los científicos más grandes de la historia eran hombres de fe: Albert Einstein, por ejemplo, era un judío que decía que él intentaba entender las leyes del universo para comprender el pensamiento de Dios a través de sus teorías. Sir Isaac Newton era un devoto Anglicano que pensaba que las leyes de la física eran tan elegantes y tan simples que sólo podían haber sido diseñadas por Dios. Se puede, pues, ser un buen científico y, a la vez, ser profundamente religioso. Y es que como mecanismo para explicar lo inexplicable, el avance de la ciencia implica necesariamente un retroceso de la religión. Pero la religión es más que una explicación el universo, es también un sistema de valores éticos y morales que modelan el comportamiento individual y ayuda a organizar una sociedad (el concepto de que “robar no está bien” no tiene ninguna base científica, pero es útil como norma de comportamiento). El problema es que, como sistema de organización, nuestra sociedad moderna sufre el azote de otra forma de religión fundamentalista: el secularismo recalcitrante. Aclamando el principio liberal de separación entre iglesia y estado, los sacerdotes del laicismo acaban persiguiendo todo lo que tiene connotaciones religiosas: condenan los pesebres en las plazas públicas, prohíben que las chicas lleven velo en el colegio, vetan las clases de religión en las escuelas públicas, quieren eliminar la palabra Dios del dólar o impiden que políticos cristianos practicantes como Rocco Buttiglione obtengan puestos importantes en la Unión Europea.
Y si Einstein y Newton fueron ejemplos de científicos con creencias religiosas, algunos de los padres de la democracia liberal también eran hombres de marcada devoción. En la declaración de independencia de los Estados Unidos, por ejemplo, Thomas Jefferson escribió que el Creador ha dotado a todos los seres humanos de ciertos derechos inalienables como la vida, la libertad y la consecución de la felicidad. Jefferson luchó contra la discriminación religiosa ya que, decía, la libertad de fe es el más inalienable de todos los derechos humanos. Porque una cosa es no querer que se imponga la religión en las escuelas públicas y otra impedir que los niños (o sus padres) puedan decidir si estudian religión en esas mismas escuelas, por más públicas que sean. Una cosa es no permitir que la iglesia imponga sus leyes a través del estado y otra discriminar sistemáticamente contra ciudadanos por sus creencias. Una cosa es proteger a los ciudadanos de los históricos abusos que algunos estados hicieron en nombre de la iglesia, y otra practicar un anticlericalismo intransigente, excluyente y sembrador de odio.
El pasado 24 de Diciembre, el juez del tribunal Federal de Pennsylvania John E. Jones –cristiano practicante, dicho sea de paso- decidió que enseñar diseño inteligente en la clases de ciencias era inconstitucional. Lamentablemente esto no va a hacer desaparecer a los que quieren imponer su visión creacionista en las escuelas, como tampoco van a desaparecer los ultrasecularistas intolerantes y fanáticos. Y es que los dos grupos utilizan el extremismo del otro para justificar su propia existencia. Son dos polos opuestos que se necesitan, dos fundamentalismos que se retroalimentan.
NOTA: Per alguna rao misteriosa, algu a La Vanguardia va canviar el nom de l'article sense el meu permis i, en consequencia, va apareixer amb el vulgar nom de "Varios Fundamentalismos"
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