Tags: International Escribo este artículo desde Shanghai. Mirando por la ventana de mi habitación veo docenas de rascacielos iluminados formando un perfil de ciudad que recuerda al de Manhattan. En la calle, millones de ciudadanos, sorprendentemente bien vestidos, compran y venden en medio de un bullicio donde se mezclan bazares tradicionales, vendedores de productos falsificados y tiendas de marcas familiares que van desde Starbucks a BMW pasando por McDonalds o Armani. Afortunadamente, lejos quedan los tiempos de Mao Tse Tung, la revolución cultural, el gran salto adelante, el comunismo chino... y de los millones de muertos de hambre causados por un sistema de planificación miserable y empobrecedor.
Durante mi estancia hablo con diferentes líderes políticos. Figura que el experto en crecimiento económico soy yo, pero el éxito que está teniendo este país me aconseja no dar lecciones sino callar, escuchar y aprender. Los gobernantes, orgullosos de sí mismos, me explican que el “milagro” se ha basado en cuatro pilares fundamentales. El primero ha sido la introducción de mercados y la apertura de éstos al exterior, importando tecnología y capital y exportando productos industriales basados en mano de obra barata. Sorprende ver cómo políticos “comunistas” ensalzan las bondades del mercado. Claro que la evidencia hace callar incluso a los más fanáticos: desde 1978, unos 400 millones de ciudadanos chinos han dejado de ser pobres. El capitalismo está erradicando rápidamente toda la pobreza que generó el socialismo.
El segundo pilar es que las reformas se han hecho desde dentro, sin imposición por parte de países ricos o de instituciones internacionales. En diversas ocasiones he escrito desde estas páginas que lo que funciona en un país no tiene porqué funcionar en otros porque las culturas, las historias, las experiencias y las actitudes de los ciudadanos son distintas. Y China ha sabido encontrar instituciones propias que, de momento, parecen funcionar. Por ejemplo, ha combinado el capitalismo de mercado con una propiedad privada limitada. También ha conseguido que los municipios compitan entre ellos ya que se pueden quedar el dinero de los impuestos una vez pagada al estado central una cuota establecida. La competencia entre gobiernos es una brillante estrategia para un país tradicionalmente ahogado por la burocracia y la corrupción.
Tercero, las reformas se están introduciendo lentamente: primero se prueba una política en una ciudad o región. Si funciona, ésta se extiende a todo el país y si no, se desestima y se introduce otra. Esta experimentación gradual (que los economistas llaman “learning by doing” o “aprender haciendo”) parece haber dado mejores frutos que los consechados, por ejemplo, en Rusia donde las reformas se hicieron de golpe (estrategia que se dio en llamar el “big bang”). Esa rapidez produjo un vacío institucional que permitió que unos cuantos espabilados del partido se apoderaran de los recursos del país y formaron una oligarquía corrupta.
El cuarto pilar sobre el que, según los políticos chinos, se fundamente el éxito económico de su país es lo que llaman “socialismo de mercado”. Al principio no entiendo muy bien de que me están hablando ya que utilizan palabras tradicionales de la filosofía china. Ya saben, aquello del yin y el yan, el equilibrio entre cuerpo y alma o entre hombre y naturaleza, el pequeño saltamontes y todo esto. Finalmente, deduzco que creen haber introducido mercados manteniendo la “armonía social” es decir, reduciendo desigualdades entre personas, regiones, etnias y sexos. Es decir, la filosofía china substituye a la retórica progre de la izquierda europea para explicar que el mercado es “malo’ y que el estado debe corregirlo. La diferencia es que los chinos no se lo creen. Al fin y al cabo ellos saben lo trágico que es vivir en una economía socialista de planificación... algo que los progres europeos sólo “conocen” a través de la lectura de las obras completas de Mao. Y digo que no se lo creen porque si ustedes miran los datos, verán que en China las desigualdades de renta entre ciudadanos, regiones y etnias han aumentado dramáticamente y que las mujeres siguen teniendo un papel testimonial (entre ustedes y yo, ninguno de los líderes políticos con los que me reuní era mujer).
Ignorando el cuarto pilar –colocado en los discursos oficiales con finalidades claramente propagandísticas- la lección es que el éxito de China se ha basado en la introducción gradual de mercados y la apertura a las fuerzas de la globalización. La pregunta es si este “milagro” durará mucho tiempo. Y la respuesta es que … ¡no lo sé! Hay quien dice que el sistema financiero, inundado de créditos impagables, está a punto de quebrar. Otros dicen que, a medida que los ciudadanos se enriquezcan, las demandas de libertad harán incompatible el sistema de mercado con la falta de democracia política. Un tercer grupo opina que, al basarse en industrias de salarios bajos, el crecimiento económico hará que éstos suban y eso acabará por matar a la gallina de los huevos de oro. Finalmente, otros auguran una revaluación del yuan (un encarecimiento de la moneda china con el consiguiente encarecimiento de los productos chinos), cosa que frenará las exportaciones que han sido el motor del milagro.
Es posible e incluso probable que el gigante asiático pronto deje de crecer. Ahora bien, dadas las sorpresas que nos ha dado en los últimos treinta años, yo no apostaría mucho dinero a favor de los que auguran el fin del milagro chino.
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