Tags: Freakonomics Empecemos el año 2005 con alegría: hablemos de sexo. Visualicen los cuerpos desnudos de un hombre y una mujer moviéndose al unísono y disfrutándose mutuamente. De repente él, acercándose a la cima del placer supremo, pone cara de japonés y chilla hasta la extenuación. Hasta aquí, todo normal. Nada condenable. Él se levanta, se viste y, antes de despedirse, coge la cartera y paga con euros el precio que habían acordado antes de entrar en la habitación. Ahora sí: una gran parte de nuestra sociedad encuentra el acto reprobable. El sexo, por más exuberante que sea, no es condenable si es consentido. Lo censurable es que haya… ¡intercambio de dinero!
La derecha puritana desaprueba la prostitución por ser moralmente intolerable (lo que si es tolerable, curiosamente, es que una mujer se case por dinero: eso indica que a la derecha le molestan los mercados spot y no la compraventa de sexo con contratos a largo plazo: un fenómeno digno de estudio desde el punto de vista moral). La izquierda populista, por su lado, defiende la libertad de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo cuando se trata del derecho a abortar. En una curiosa demostración de esquizofrenia intelectual, sin embargo, la misma izquierda condena la libertad de la mujer a decidir sobre su cuerpo a la hora de prostituirse porque, argumentan, las prostitutas son mujeres explotadas y engañadas por mafias que las obligan a vender sus cuerpos en contra de su voluntad.
El fenómeno de la prostitución está en el centro del debate de la inmigración debido a la reciente ola de chicas extranjeras –sobre todo provenientes de la Europa del Este y de América Latina– que ha llenado los prostíbulos de la Unión Europea. Y es que para ganar dinero en el mundo del sexo, no sólo no hace falta hablar muy bien el lenguaje local sino que, además, el exotismo que conlleva el ser de otro país puede tener un atractivo adicional. La facilidad de emigrar, pues, permite que miles de muchachas que cobrarían miserias en las fábricas de sus países de origen, acaben prostituyéndose en el extranjero.
En el centro del debate está la pregunta: ¿debería ser ilegal la prostitución? Los argumentos pseudo-morales de la derecha religiosa son tan inaceptables a la hora de regular conductas sexuales como lo son para regular cualquier otra actividad humana. Por lo que se refiere a los argumentos de la izquierda, es cierto que si esas chicas fueran ricas no se dedicarían a la prostitución en un país foráneo. Pero eso no quiere decir que se vean obligadas a prostituirse. O al menos, se ven tan obligadas como las emigrantes que trabajan de mujeres de la limpieza que también preferirían ser ricas para no tener que limpiar calzoncillos ajenos en un país extranjero. Y no veo que nadie quiera ilegalizar a las trabajadoras del hogar simplemente porque las mujeres que se ven obligadas a realizar esas tareas desearían no tener que hacerlas.
Dicho eso, es cierto que algunas chicas han venido engañadas por bandas de mafiosos que las obligan a prostituirse durante un tiempo antes de volver a su país. Este, sin embargo, no es un buen argumento para ilegalizar el comercio de sexo. Primero, porque las mujeres esclavizadas son una minoría: la mayor parte de ellas viene a los países ricos sabiendo exactamente lo que van a hacer y entendiendo que la cantidad de dinero que van a ganar alquilando su sexo es muy superior al que ganarían alquilando cualquier otra parte de su cuerpo. Segundo, porque el problema del tráfico de personas no se soluciona ilegalizando la prostitución sino persiguiendo a los abusadores. Y es que de mafias que intentan esclavizar a ciudadanos extranjeros hay en todos los sectores. Por ejemplo, se han descubierto bandas que trafican con ciudadanos chinos que son obligados a trabajar en condiciones de semiesclavitud en restaurantes de Barcelona. La solución a ese problema no es, lógicamente, la ilegalización de los restaurantes chinos.
Existen dos poderosas razones adicionales para legalizar la prostitución. La primera es que se trata de una actividad que extiende enfermedades de transmisión sexual. Del mismo modo que el estado crea instituciones de control sanitario en hospitales o restaurantes, el gobierno debería garantizar la sanidad en los mercados de sexo. Para ello, hay que obligar a las trabajadoras a pasar controles sanitarios de manera regular. Note el lector que no se puede obligar a ninguna trabajadora a pasar ningún control si antes no se la reconoce legalmente.
La segunda razón es que la prostitución mueve ingentes cantidades de dinero. Dado que las actividades ilegales no pagan impuestos, el negocio del sexo no cotizará a hacienda mientras viva en las tinieblas de la legalidad. No tiene sentido (es más: es injusto) que el señor que gasta 100 euros en una comida pague el 16% de IVA y el que se los gasta en señoras de alterne no contribuya ni un céntimo. No tiene sentido que el propietario de un colmado legal cotice una parte de lo que gana mientras el chulo no paga nada. No tiene sentido que a la taquillera del cine le retengan una parte de su salario y que las prostitutas que ganan diez veces más (y que utilizan el sistema sanitario con mucha mayor frecuencia) no coticen nada.
Las sociedades modernas no deben, no pueden, sucumbir ni ante la moralina de las derechas ni ante la esquizofrenia de las izquierdas. Deben solucionar los problemas asociados al mercado del sexo de la manera inteligente, de la manera liberal: legalizando la prostitución.
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