Tags: International Está de moda entre los expertos de nuestro país concluir que, para erradicar el terrorismo islámico, hay que “entender sus raíces” y de que, entre ellas, la más importante es “la pobreza económica que impera en el Oriente Medio y Norte de África (OMNA)”. Hoy analizaremos esta curiosa conclusión.
Para empezar, es cierto que las economías del OMNA han funcionado mal desde su independencia por muchas razones. Tantas como velos tiene aquella famosa danza árabe: siete.
Primera, las guerras: desde Irak hasta Palestina, pasando por Libia, Chad, Argelia, Marruecos, Sahara, Líbano, Irán, Kuwait, Yemen y Egipto, los conflictos armados han plagado el OMNA durante las últimas décadas. La violencia y la inseguridad desincentivan toda inversión e imposibilitan el normal funcionamiento de la economía.
Segunda, el gobierno en el OMNA juega un papel exagerado y las instituciones no funcionan. El estado tiende a ser mucho más grande, autoritario y despótico que el de países de renta similar. También es más corrupto, menos transparente y más burocrático. El origen de toda esto no está claro, pero un papel importante lo juega el petróleo. La riqueza mineral es más fácil de “robar” que el fruto del trabajo y el consiguiente intento de apoderarse de ella crea el llamado “maleficio de los recursos naturales”: un deterioro generalizado de las instituciones que corrompe a todos los sectores de la economía, incluidas unas empresas privadas que también tienen problemas de transparencia, honestidad y confianza.
Tercera, el sistema educativo es insatisfactorio. Y no es que no haya escuelas o que el grado de escolarización sea inferior a la de países comparables. El problema es que la calidad de la educación es extraordinariamente deficiente y no prepara a los estudiantes para el mercado laboral.
Cuarta, a pesar de que la inversión total no es baja (más del 20% del PIB), la mayor parte la realiza el sector público. Y ya se sabe que cuando quien invierte es el estado y no las empresas, no se siguen criterios de eficiencia económica y financiera sino criterios políticos… a menudo inconfesables.
Quinta, el mercado laboral del OMNA no funciona. Y no me refiero a la falta de flexibilidad de la que a menudo se acusa a las economías europeas. Me refiero, por ejemplo, a la discriminación de la mujer que lleva a esos países a prescindir de una parte importante del talento de sus ciudadanos. O a la falta de meritocracia ya que no se paga más a quien mejor trabaja y no se promociona a quien se lo merece, sino a quien mejores conexiones tiene.
Sexta el sector financiero está subdesarrollado. Las bolsas son inexistentes o muy pequeñas y el sistema bancario está dominado por bancos públicos. La mayor parte de créditos son hipotecarios o de consumo y no para financiar inversiones productivas o iniciativas empresariales.
Y séptima, el OMNA no se ha adaptado al mundo de las nuevas tecnologías. Es cierto que los países subdesarrollados no necesariamente deben investigar e innovar. Lo que sí deben hacer, sin embargo, es adoptar las tecnologías existentes para no perder el tren del progreso. Aquí tampoco se han hecho los deberes: el uso de ordenadores o la penetración de internet son inferiores a la de países de renta similar y resultan preocupantes.
Estos siete problemas han llevado a los países del OMNA a no disfrutar de situaciones boyantes. A pesar de ello, ni sus economías son las más deterioradas del mundo ni los niveles de pobreza que tienen son los más alarmantes. Su renta per cápita es muy superior a la de, por ejemplo, el África Sub-Sahariana. Es más, las prácticas islámicas del zakat y sadaqa, que inducen a los ricos a dar un porcentaje de su riqueza a los pobres, proporcionan unas redes de seguridad que no sólo hacen que las desigualdades sean mucho menores que en África Sub-Sahariana o América Latina, sino que las tasas de pobreza también sean inferiores. Menos del 1% de los ciudadanos de OMNA viven con menos de un dólar al día (4% en América Latina y 50% en África Sub-Sahariana). Es más, la tasa de pobreza ha bajado del 10% al 1% en OMNA desde 1970. Todo un éxito si lo comparamos con América Latina, donde la pobreza se mantenía constante, o África negra, donde subía del 35% al 50%.
La lógica conclusión es que si la pobreza fuera el elemento decisivo, los terroristas vendrían de Malawi o Haití. Pero no. Resulta que vienen de una región mucho más rica del mundo: el OMNA. ¿Cómo puede ser?, se preguntarán ustedes. Pues seguramente porque la causa última que lleva a los locos de Al Qaeda a matar indiscriminadamente no es la situación económica de los ciudadanos.
Con eso no quiero decir que debamos dejar de luchar contra la pobreza en el mundo o a favor del progreso económico del OMNA. ¡Ni mucho menos! Esas luchas deben continuar, pero por humanitarismo, no para satisfacer a Bin Laden. Para terminar con él y su banda, el mundo occidental y el islamismo moderado deben cooperar para detener la propagación del ideario fundamentalista, empezando por la desmantelamiento de esa red de imanes radicales que Arabia Saudita ha ido creando y financiando desde que los petrodólares comenzaron a fluir. Una red mundial (actualmente fomentada por el ministro del interior, el príncipe Nayef) que adoctrina a los jóvenes de las bondades del extremismo wahabbi y que fomenta el odio visceral hacia nuestras libertades, nuestras instituciones y nuestra civilización. Y es que es el fanatismo religioso, y no la pobreza económica, la verdadera raíz del problema.
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