Tags: International | United States Benedict Arnold fue un ambicioso personaje de la guerra de independencia de los Estados Unidos. Siendo general del ejército patriota, luchó contra los ingleses en numerosas batallas y lideró a sus tropas en la famosa victoria de Saratoga. Premiado por el general George Washington con la comandancia de Filadelfia en 1778, su extravagancia, su derroche, sus famosas fiestas sociales y su desenfrenada vida sexual le llevaron a la ruina. Desahuciado y desesperado, empezó a mantener correspondencia con el comandante inglés Henry Clinton (nada que ver con el futuro presidente Bill Clinton) con el que acordó la rendición de las tropas norteamericanas de West Point a cambio de 20.000 libras, cerca de un millón de dólares actuales. El plan nunca se materializó, pero su calculada y fría decisión le hizo pasar a la historia de los Estados Unidos no cómo un galardonado general, sino como el más famoso de sus traidores.
De hecho, su traición es tan conocida que el ahora candidato demócrata a la presidencia, John Kerry, ha calificado a los empresarios que deslocalizan parte de su producción hacia el extranjero de “Benedict Arnolds”. Y es que, ni el fenómeno de la deslocalización se circunscribe solamente a Catalunya (o a España), ni la ignorancia e incompetencia de los políticos se limita a las fronteras de la península ibérica. La reacción de Kerry calificando de “traidores” a los empresarios es una clamorosa demostración.
Para empezar, Kerry es un grandísimo hipócrita. Un hipócrita porque su fortuna personal está ligada a la de su esposa, la reina del ketchup (No! No me refiero a las Tomatitas del Aserejé sino a la heredera de la familia Heinz, Teresa, cuyas botellas de salsa de tomate habitan en la mayoría de neveras del planeta). La multinacional Heinz tiene fábricas por todo el mundo, fábricas deslocalizadas que le dieron a John Kerry unas rentas de cerca de cuatro millones de dólares en el año 2003 y que, supongo, hacen que él mismo sea uno de esos “empresarios traidores”. Kerry también es un hipócrita porque su candidatura ha aceptado donaciones de compañías como Citigroup, AOL-Time Warner, Morgan Stanley o Goldman Sachs, que han enviado una parte importante de sus servicios financieros al extranjero. Me pregunto si eso convierte al partido demócrata en un partido de Benedict Arnolds.
Pero la hipocresía del Senador Kerry no es lo que más sorprende de todo ese episodio. Lo que más maravilla es que los políticos siguen sin entender que el comercio internacional es beneficioso y su ignorancia sigue perjudicando a la ciudadanía. Hace un mes, el principal asesor económico del Presidente Bush, Gregory Mankiw declaró que era bueno para los Estados Unidos que los hospitales americanos enviaran los análisis de rayos-X a la India si eso era más barato que hacerlo en el país. No hace falta decir que políticos de ambos lados le saltaron a la yugular y lo insultaron como si fuera el diablo. A pesar de ello, Mankiw, que en su día fue el catedrático más joven de la universidad de Harvard y es uno de los mejores economistas del mundo, tenía toda la razón. La deslocalización de los servicios no es más que la última manifestación de la bondad del comercio internacional: los ciudadanos indios salen ganando porque tienen trabajo y los americanos también porque pueden comprar más barato. El dinero que la seguridad social norteamericana se ahorra enviando los análisis de rayos-X a la India se puede emplear en la contratación de más doctores o la construcción de más hospitales cosa que, además de ser buena para los pacientes, creará otro tipo de puestos de trabajo. El comercio internacional de bienes y servicios es bueno y ésa es, guste o no guste a los políticos más obtusos, la lección que nos da la ciencia económica. Una lección que vino hace unos 200 años de la mano de David Ricardo, una lección que muchos se obstinan en no aprender.
Uno de los que no lo entiende es el gobernador de Indiana, Joseph Kernan. Si existiera el premio al “político más bobo del año”, el señor Kernan ganaría sin dificultad (aunque todos sabemos que la lista de los que competirían por la segunda plaza es amplia y generosa). Resulta que el gobernador acaba de cancelar un contrato de 15 millones de dólares con una empresa que procesaba demandas de subsidio de empleo porque hacía el trabajo desde sus locales en la India. El contrato ha ido a parar a una empresa que opera íntegramente desde Estados Unidos… y que cobra 23 millones de dólares por hacer lo mismo. El gobernador, sin duda, debe pensar, orgulloso, que el Estado de Indiana ha demostrado su “patriotismo” apostando por los trabajadores locales. Sin embargo, olvida que los ocho millones de dólares adicionales que le cuesta esa “hombrada” -que, por cierto, no son suyos sino de los contribuyentes- no se podrán gastar en hospitales, escuelas o carreteras. Naturalmente los doctores, las enfermeras, los maestros y los peones que perderán su empleo por culpa de su estupidez no cuentan. Lo que cuenta es que los indios (y, en general, los extranjeros) ya no roban “sus” puestos de trabajo y, sobre todo, lo que cuenta es que su populismo y xenofobia le dará los votos necesarios para ganar la reelección.
A raíz de todo esto, uno está tentado de preguntarle al señor Kerry: ¿Empresarios que buscan ofrecer sus productos a los precios más bajos posibles para beneficio de todos los consumidores o políticos sin escrúpulos que buscan el voto fácil a costa de los contribuyentes? ¿Quién es, en realidad, el traidor?
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