Tags: Catalunya ¿Qué hubiera pasado si, cuando la agricultura empezaba a extenderse por los valles del Tigris y el Eufrates hace unos 10.000 años, los líderes locales hubieran boicoteado su expansión con el argumento de que ésta comportaba pérdidas de puestos de trabajo entre cazadores y recolectores? Pues, sencillamente, que hoy todavía viviríamos de la caza y la recolección, inmersos en la miseria. Y es que, en un mundo de constantes mutaciones tecnológicas, las sociedades que sobreviven no son ni las más fuertes ni las más inteligentes sino las que mejor se adaptan al cambio.
Últimamente, muchos son los que, en Catalunya, se preocupan por la deslocalización de empresas. Voces interesadas (entre las que destaca algún ministro de Madrid) echan las culpas al tripartito de izquierdas. La verdad es que esas acusaciones son absurdas porque, entre otras cosas, éste no es un fenómeno catalán. Sin ir más lejos, los Estados Unidos, paraíso de la informática, están muy preocupados por el constante traslado de programadores a Bangalore (India). Las deslocalizaciones ponen de manifiesto que vivimos un mundo en el que el progreso tecnológico impone cambios constantes a todos… y nosotros no somos una excepción. Ahora bien, que la Generalitat no sea directamente responsable no quiere decir que no tenga un papel fundamental que jugar. Dicen que el pesimista ve problemas en cada oportunidad y el optimista ve oportunidades en cada problema. En ese sentido, el Govern debería contribuir al optimismo llevando a cabo políticas que ayuden al país a aprovechar las oportunidades. En mi opinión, para ello debería actuar en tres frentes a los que llamaré Competitividad, Astucia y Talante.
Competitividad es crear un entorno que permita a todas las personas participar del juego económico. Para conseguirlo, lo primero que se requiere es un cambio mental: hay que aceptar que el progreso va a seguir mutando nuestro entorno y hay que entender que el listón seguirá subiendo cada día, nos guste o no. Una vez aceptado, lo segundo es invertir en la capacidad de los ciudadanos de trabajar y vivir en ese mundo cambiante. La educación anquilosada del pasado debe dejar paso a métodos que flexibilicen nuestras mentes y que nos enseñen a aprender y reciclarnos con facilidad. Si el sistema educativo hubiera sido eficaz, hoy no habría tantas personas de más de 45 años incapaces de utilizar medios informáticos. Lo tercero es el fomento de los incentivos a través de la meritocracia: los mejores puestos y salarios deben ser para los más preparados, más eficientes y más flexibles. Sólo si el esfuerzo se ve recompensado con la promoción económica y social se incentiva la superación. Las diferencias salariales que aceptamos con naturalidad en el fútbol, deberían ser la norma en ámbitos tan o más importantes como son la empresa, la universidad o la administración.
El segundo frente, la astucia, consiste en visualizar el futuro y construir los puentes que nos lleven a él. Un ejemplo: la población europea va envejecer notablemente en las próximas décadas. Muchos creen que eso va a ser un inconveniente. Una vez más, el optimista debe ver la oportunidad y no el problema: la “gerontocracia” que se avecina será un negocio para quien sea capaz de capitalizarla. Otro ejemplo: en los próximos 10 años, el mundo que nos rodea será digital, móvil y virtual. Las cámaras digitales, los teléfonos móviles y las webcams son los primeros pasos de un proceso que no ha hecho más que empezar. La pregunta es, ¿nos estamos dotando de la capacidad de adaptación a ese cambio? Tercer ejemplo: durante los años 90, las empresas tuvieron tendencia a hacer grandes conglomerados y a dirigir sus negocios de manera vertical y jerárquica con el objetivo de maximizar la cotización en bolsa. La explosión de la burbuja y los casos de corrupción empresarial (Enron, Vivendi, Parmalat,…) están haciendo que la tendencia ahora sea la “horizontalización”, es decir, la cooperación de pequeños centros operacionales en los que el objetivo no es sólo satisfacer a los accionistas sino también a clientes, trabajadores y proveedores. ¿Entienden nuestras autoridades que ésa es la dirección del futuro y están haciendo algo para que el país pueda sobrevivir en esa nueva situación?
Finalmente, el talante. El talante es la manera cómo se hacen las cosas. Las ideas son importantes, pero el “cómo se implementan éstas”, también. Empresas y administraciones deben actuar con transparencia, eficacia, honestidad y equidad. Por ética, por imagen y, sobre todo, para transmitir la confianza y el optimismo necesarios. En este terreno, el currículum del Govern empieza a ser preocupante. Quien responde a la marcha de Phillips con la ridícula amenaza de no comprarle bombillas demuestra no saber de qué va la partida. Tampoco han contribuido los numerosos casos de deslealtad, de falta de transparencia, de confrontaciones internas, de empeño por colocar a familiares (hay quien propone cambiar el nombre de “Generalitat” por el de “Germanalitat”), de parálisis y de obsesión enfermiza por controlar parcelas de poder. Todo, absolutamente todo eso demuestra un talante que, de proseguir, acabará siendo terriblemente perjudicial para nuestro futuro económico y nuestra posición en el mundo.
No. La deslocalización empresarial no es culpa del tripartito. Pero si éste no quiere que abandonemos la vía de la modernidad, necesita cambiar rápidamente de rumbo y fomentar la Competitividad, la Astucia y el Talante. El futuro de Catalunya empieza con C.A.T.
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