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17 June 2003
Nuestra Familia
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La Vanguardia
  
 

Tags: Capitalism | Freakonomics

No se lo creerán ustedes pero cada año, cuando llega el mes de junio, me pongo enfermo. Muy enfermo. No es que sea alérgico a la primavera, al polen o a las mariposas. Tampoco es que me deprima porque, con el final de temporada me doy cuenta de que el Barça no ha vuelto a ganar nada. El malestar me viene porque tengo que hacer la declaración de la renta, ese nefasto invento del estado según el cual, alguien que no conoces está legalmente autorizado a quitarte un dinero que nunca sabes adónde va a parar. Y es que con el sistema que tenemos, los ciudadanos pagamos y los políticos gastan sin que nosotros podamos opinar.

Bueno, no. La verdad es que los contribuyentes podemos tomar una pequeña decisión: poner o no poner una cruz en las casillas 91 y 92, que asignan el 0,52% de nuestro tributo a la iglesia católica o a las ONGs respectivamente. Pero esta minúscula elección no da mucho margen de maniobra. Por ejemplo, no nos permite decidir a qué iglesia va a parar el dinero de la casilla 91. Hoy por hoy, la mayoría de españoles son católicos pero cada vez hay más contribuyentes seguidores del Dalai Lama o del Mulá Omar, cuyos derechos fiscales deberían ser equiparables a los de los católicos. Entre éstos debería estar el de poder escoger que el 0,52% de sus impuestos vaya a financiar sus instituciones religiosas.

Otro problema es que tampoco podemos elegir a qué ONG o a qué proyecto social se dedica el dinero de la casilla 92. En primera instancia, el dinero va al estado. Luego, las ONGs presentan sus proyectos al ministerio de trabajo y asuntos sociales (o bien al de asuntos exteriores si se trata de programas de desarrollo internacional), y finalmente algún burócrata anónimo decide cómo se reparte el dinero entre los diferentes proyectos.

Yo, lo confieso, nunca pongo una X en la casilla 92. Y no es que yo esté contra las ONG en general, ni mucho menos. Pienso que algunas de ellas hacen una gran labor. Médicos sin fronteras, por ejemplo, lleva a cabo una memorable acción humanitaria por todo el planeta. El problema es que, además de las realmente útiles, hay un sinfín de ONGs (cerca de 11.000, si nos ceñimos a las que están registradas en el ministerio de trabajo) que parecen existir simplemente para pedir subvenciones estatales. Algunas de ellas fueron creadas por emprendedores espabilados que saben cómo funciona el mundo de las subvenciones públicas (como dice mi amigo Ferran Sáez, llegará el día en que se cree una ONG  llamada “Aduaneros sin Fronteras”). Otras fueron creadas con unos clarísimos objetivos políticos, pero al no poder obtener financiación como partidos por falta de clientela, se vistieron de humanitarios para poder cobrar como ONGs. A mí, como contribuyente, me gustaría poder dar dinero a médicos sin fronteras y no a los activistas políticos disfrazados de samaritanos o a los listillos que crean ONGs simplemente para recaudar dinero público. Pero como el sistema no me permite decir a qué ONG financio, pues prefiero que no se lo den a nadie. Es más: si son realmente organizaciones No Gubernamentales, ¿no es una contradicción que estén financiadas por el gobierno?

Tampoco me gusta la definición que se usa de lo que es una “obra social”. Desde mi punto de vista, una buena obra sería la financiación de investigación y desarrollo. Uno de los problemas más importantes al que se enfrenta la humanidad es la catástrofe de la salud pública que amenaza a una tercera parte de la población africana. Enfermedades como la malaria y el sida están masacrando al continente más pobre del planeta y la única solución es que alguien invente vacunas. Como ya he explicado en artículos anteriores, el remedio pasa por la creación de un fondo que, una vez inventada la vacuna, compre millones de unidades a precio de mercado y las regale a los ciudadanos africanos. Eso incentivaría la inversión en I+D, aceleraría la aparición de la cura que buscamos y salvaría millones de vidas. Otros proyectos de I+D importantes intentarían mejorar la productividad agrícola en zonas tropicales o desérticas, que es donde viven la mayor parte de pobres del planeta. Invertir en I+D para promocionar este tipo de inventos es de lo más humanitario que podemos hacer con nuestro dinero... pero el gobierno no nos pone una casilla para que asignemos nuestros impuestos a esa finalidad.

En un terreno aparentemente menos serio, estoy seguro que muchos contribuyentes querrían que sus impuestos pudieran financiar instituciones “sociales” “sin ánimo de lucro” como el F.C. Barcelona. Sí, ya sé que puede parecer un poco frívolo, pero creo que refleja el hecho de que, si la gente pudiera escoger dónde va su “obra social”, seguramente el dinero no iría a parar al mismo sitio en el que acaba ahora. Además, dado el estado actual de la economía del Barça, ¡cualquier ayuda debería ser catalogada de humanitaria!

Finalmente, nunca marco la casilla 92 porque creo que el voluntariado y la caridad deberían ser, pues eso: ¡voluntarios!  Es decir, además de dar ese dinero a la iglesia o a las ONGs... los ciudadanos deberíamos tener la opción de no dárselo a nadie. En la actualidad, si no ponemos una X en esa casilla, el dinero se lo queda el estado. Soy de la opinión que debería volver al contribuyente para que se lo pueda gastar como mejor le parezca. Al fin y al cabo, la mejor organización no gubernamental sin ánimo de lucro y la que mejor practica la benevolencia, es aquella gran institución filantrópica y altruista que nos ha criado a todos: nuestra familia.

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