Tags: Catalunya “La alternancia en el poder es una regla de oro no escrita en la base del sistema democrático. Nuestras constituciones, estatutos y demás normas legales conexas establecen con claridad una periodicidad en la celebración de elecciones. Pero en ninguno de esos textos legales se menciona la necesidad de una alternancia, prueba irrefutable de la madurez de un sistema democrático. Una alternancia conviene por pura higiene política, al evitar la patrimonialización del poder y sus posibles abusos. Tras diecinueve años de gobierno del mismo signo, parece que ya es hora de que la alternancia se abra paso en Catalunya”. Estas sabias palabras fueron escritas por el ex secretario general del PSC, Joan Reventós i Carner, en un artículo publicado por La Vanguardia el 9 de Octubre de 1999, poco antes de las elecciones catalanas.
Joan Reventós no era el único que decía eso en aquella época. Por ejemplo, tres días antes, Miquel Iceta también nos daba lecciones de sabiduría electoral en un artículo titulado “higiene democrática”. La teoría del cambio higiénico estaba de moda entre los socialistas en Octubre de 1999.
Curiosa y misteriosamente, las homilías sobre “madurez democrática”, “necesidad de alternancia” y “patrimonialización del poder” han desaparecido del discurso socialista durante las presentes elecciones municipales. ¿Por qué?, se preguntarán ustedes. Pues yo no lo sé. No creo que se hayan vuelto menos “higiénicos”. Quizá lo que pasa es que los grandes principios éticos, las lecciones de civismo democrático y los pedantes sermones sobre la necesidad de cambios sólo se aplican cuando le benefician a uno. Y es que, si tras 19 años de CIU en la Generalitat la “higiene democrática” exigía la alternancia en Catalunya en 1999, ¿no requiere la misma higiene el cambio en el ayuntamiento de Barcelona hoy, tras 24 años de ininterrumpidos gobierno socialista?
De hecho, le hice esa misma pregunta a un conocido político del PSC en un programa de radio hace unos días. Me aclaró que la higiene del 99 no se refería la alternancia de “partidos” sino de “personas”. Y enseguida me recordó que Barcelona había visto tres alcaldes socialistas y eso ya bastaba para la alternancia. Le pregunté si de aquí unos meses seguiría estando de acuerdo con esa definición de alternancia dado que Artur Mas es una persona distinta a Jordi Pujol. El interlocutor barruntó una respuesta incomprensible y se acabó la conversación.
A veces me da la impresión de que los políticos no se dan cuenta que los ciudadanos no somos tontos y que les vemos el plumero: todos sabemos que solamente buscan nuestros votos y que serían capaces de todo para ganar un puñado de ellos. La verdad es que la “alternancia por pura higiene democrática” no tiene ningún sentido. Ni en las municipales, ni en las catalanas, ni en las estatales. Lo que importa es cómo han hecho los actuales gestores. Si lo han hecho bien, deberían seguir. Y si no, habrá que buscar un cambio para que gente más competente pueda servirnos mejor. Eso es cierto hoy, mañana y dentro de quince años.
En este sentido, la pregunta clave es: ¿qué nota se lleva el equipo que ha mandado en Barcelona durante los últimos cuatro años? La respuesta es: un enorme suspenso. Si, ya sé que en su propaganda electoral, el PSC nos recuerda el número de guarderías, de bibliotecas y de cosas bonitas que han hecho. Pero se olvida de mencionar que la gente tiene miedo a ir por la calle por culpa de las pandillas de atracadores incontrolados. Se olvida de explicarnos por qué la policía municipal no hace nada cuando los extorsionadores de los semáforos nos obligan a lavarnos los cristales del coche. Se olvida que, cuando hubo aquella huelga de transportes públicos hace menos de un año, el señor Joan Clos no ejerció de líder para arreglar la situación sino que desapareció durante un par de semanas (dicen que a una conferencia en Corea) como si la cosa no fuera con él. Se olvida de explicar por qué los coches pueden aparcar en doble o triple fila provocando atascos monumentales ante la pasividad de la guardia urbana. Se olvida de aclarar por qué las pintadas y el graffiti están volviendo a gangrenar las paredes de la ciudad sin que el ayuntamiento haga nada para evitarlo. Se olvida de decir que Barcelona es la ciudad más cara del Estado por culpa de la política del suelo del ayuntamiento (que ha “privatizado” enormes áreas de suelo público, no para vivienda social, sino para que las inmobiliarias construyan viviendas de alto standing) y porque tiene los impuestos más altos de España. Se olvida de mencionar que han minado las rondas con cámaras-espía para multar a los ciudadanos cuyo único “delito” es circular a poco más de 60 kilómetros por hora, como si el único objetivo de Clos fuera financiar el enorme déficit fiscal generado por su gestión ineficaz. Se olvida de explicar, en definitiva, por qué la ciudad glamorosa de los juegos olímpicos ha dado paso a una Barcelona inoperante, sucia, peligrosa y cara.
Todos los sacerdotes del “cambio necesario” que nos machacaron con su falsa doctrina en las elecciones catalanas (y que nos volverán a machacar, no lo duden, una vez hayan pasado las municipales) deberían entender que lo verdaderamente democrático es corregir el rumbo cuando uno se ha perdido. Evitar la alternancia cuando las cosas van mal y sermonear a la gente con quimeras disfrazadas de moralidad sí que es, señores profetas del cambio interesado, una falta de higiene democrática.
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