Tags: Capitalism | Freakonomics | International Siempre he creído que Francia, Rusia y Alemania eran países sin intereses económicos, que se oponían a la guerra por el bien de la humanidad. Su exquisita bondad contrasta con la malicia de los americanos, esos sádicos y calculadores asesinos que sólo quieren controlar el petróleo e infligir sufrimiento a la población civil iraquí.
Si, ya sé que se está descubriendo que los gobiernos de París y Moscú estuvieron vendiendo armamento e inteligencia a Iraq hasta poco antes de que estallara el conflicto, contraviniendo las sanciones impuestas por la ONU: a esos artilugios rusos que engañan a los sistemas GPS americanos para desviar misiles de precisión (entre paréntesis, esos aparatos hicieron que misiles dirigidos a objetivos militares acabaran cayendo en zonas habitadas, gentileza del señor Putin), se suman las batería antiaéreas vendidas ilegalmente por Francia después del año 2000.
También sé que los gobiernos de Francia y de Rusia tenían contratos multimillonarios con Bagdad para que, una vez las sanciones económicas de la ONU fueran levantadas, sus multinacionales explotaran unos nuevos pozos petrolíferos descubiertos en la zona de Basora.
Finalmente, sé que el gobierno de Saddam mantiene una astronómica deuda externa: si se excluyen las reparaciones que Iraq todavía debe a Kuwait por la guerra del golfo, se calcula que la deuda asciende a más de 120.000 millones de dólares. Los principales acreedores son, ¿sorpresa?, Alemania, Francia y Rusia.
Pero yo, a pesar de todo, sigo creyendo en la benevolencia de estas tres potencias. Al fin y al cabo, ahora que la guerra ha acabado, Chirac, Schroeder y Putin se han felicitado jubilosos por la eliminación del tirano y han aprovechado para ofrecer, con todo el desinterés que les caracteriza, su participación en la reconstrucción del país. A George Bush parece no gustarle la idea. Pero antes de que se niegue a aceptar tan generosa oferta de colaboración, yo le explicaría al presidente norteamericano la interesante doctrina de la “deuda repugnante”.
Todo empezó en 1898, después de la guerra de Cuba, cuando los isleños exigieron que las deudas adquiridas por el gobierno colonial español en su nombre no fueran pagadas porque eran “repugnantes” al haber sido contraídas sin el consentimiento de la ciudadanía. La doctrina de la “deuda repugnante” ha ido evolucionando desde entonces. En la actualidad, se dice que una deuda es “repugnante” si se contrae sin satisfacer dos criterios: el consentimiento de la ciudadanía y el propósito de ayudar al pueblo. Por ejemplo, si un régimen democrático malgasta el dinero, la deuda no se cataloga como “repugnante” porque no satisface el primer criterio. Y si una dictadura pide dinero para hacer hospitales, la deuda tampoco es “repugnante” porque no satisface el segundo.
La doctrina consiste en que, una vez el país ha sido liberado de la dictadura, las deudas “repugnantes” no se deben pagar. En este sentido, los 12.000 millones de dólares que Mobuto Sese Seko debía en nombre del Zaire no se tenían que devolver. Tampoco los 28.000 millones que Marcos cargó a Filipinas o los 500 millones que Somoza debía en nombre del pueblo de Nicaragua.
Actualmente no existe legislación firme sobre la “deuda repugnante” por dos razones. Primero, porque no hay quien tenga la capacidad de decidir objetivamente si una deuda lo es o no. Y segundo, porque si los países que deben dinero no pagan sus deudas, por más ilegítimas que estas sean, se ven castigados por los mercados financieros con la imposibilidad de pedir nuevos préstamos. Para solucionar estos problemas, el profesor Michael Kremer de la Universidad de Harvard ha propuesto la creación de una institución internacional independiente que haga una lista de países “repugnantes”. Es decir, de países no democráticos que no utilizan los recursos financieros en beneficio de la población. Bajo la propuesta de Kremer, la deuda contraída después de que el país ha sido catalogado de “repugnante” se cancelará automáticamente una vez el régimen dictatorial ha sido eliminado. De esta manera, el gobierno que sucede al dictador no pierde reputación internacional y sigue teniendo acceso a los mercados financieros. Si los bancos privados o los países soberanos quieren dejar dinero a las dictaduras “repugnantes”, allá ellos. Pero que sepan que, una vez liberado el país, no van a cobrar ni un dólar.
La creación de este mecanismo llegaría demasiado tarde para el caso de la actual deuda de Iraq. Pero no importa, porque los líderes políticos de los tres principales acreedores, Alemania, Francia y Rusia, han repetido una y otra vez que su oposición a la guerra no tenía nada que ver con los beneficios económicos que obtenían de Saddam sino que su preocupación real era el bienestar del pueblo iraquí. Ha llegado la hora de demostrar que dicen la verdad. Y la mejor manera de hacerlo es que declaren voluntariamente que sus deudas con el régimen dictatorial son “repugnantes” y que, acto seguido, anuncien su inmediata condonación incondicional. No una condonación “a cambio de mantener los contratos para la explotación de petróleo”, como ha sugerido el bueno de don Vladimir desde Moscú. Me refiero a una condonación sin contrapartidas. Eso aliviará a los ciudadanos inocentes iraquíes de los que tanto se preocupan las tres potencias europeas, de la carga financiera que representa una deuda tan masiva y, a la vez, demostrará claramente que no engañaban a la comunidad internacional cuando se autoproclamaron defensores de la paz y el orden mundial.
¿Quién lo hubiera dicho? A veces, lo repugnante tiene su atractivo
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