Tags: Africa | Capitalism | Freakonomics | International ¿A quien votarían ustedes si los únicos candidatos presidenciales fueran Francisco Franco Bahamonde y José Antonio Primo de Rivera? Difícil, ¿no? Pues un dilema parecido es el que tiene el pueblo nigeriano en las elecciones que pasado mañana enfrentan a dos ex-dictadores militares: Olusegun Obasanjo y Muhammadu Buhari.
El camino para llegar a este punto ha sido tortuoso. Durante la época colonial, los británicos hicieron de este país africano un rico exportador de aceite de palmera. Poco antes de la independencia, la Shell descubrió petróleo en el delta del Níger. La nueva riqueza prometía tiempos felices... promesas que nunca se hicieron realidad: el país es más pobre hoy que cuando nació el 1 de Octubre de 1960.
Cuando todavía no había cumplido 10 años, Nigeria sitió militarmente a la región separatista de Biafra y no dejó entrar alimentos durante meses. Dos millones de ciudadanos murieron en lo que fue una de las peores hambrunas que jamás ha visto el hombre. El general que dirigió esa cruel campaña militar no fue otro que el hoy candidato Olusegun Obasanjo. El mismo Obasanjo que heredó el gobierno a finales de los setenta tras el asesinato del presidente-general Murtala Mohammed. A favor de Obasanjo hay que decir que, en 1979, devolvió el gobierno a los civiles tras unas elecciones que ganó Shehu Shagari. Y fue precisamente ese gobierno democrático el que fue derrocado en 1983 por un sanguinario general llamado (¿sorpresa?) Muhammadu Buhari: ¡el otro candidato a las elecciones del domingo! Así está el patio señores. Pero la cosa no acaba aquí: Buhari fue depuesto por Ibrahim Babangida y éste por Sani Abacha, un general tan famoso por su crueldad como por su insaciable apetito sexual. Abacha murió de placer (literalmente) en medio de una orgía con mujeres indias tras una sobredosis de viagra. Aunque dicen los nigerianos –grandes admiradores de Maradona- que la muerte del dictador sí fue obra de “la mano de Dios”, la intervención divina nunca quedó plenamente demostrada. Sea como fuere, la fatal erección permitió la celebración de elecciones. Erecciones que dan paso a elecciones... ¡esto es Nigeria! El caso es que un Obasanjo disfrazado de civil y recién salido de la cárcel volvió al poder, esta vez democráticamente, en 1999. Y el domingo se presenta a la reelección.
La de Nigeria es una historia de corrupción causada por el petróleo. Es la misma historia que ha impedido que Congo, Sierra Leone, Venezuela y tantos otros países ricos en recursos naturales no hayan encontrado el camino del desarrollo. La lucha por el control de la riqueza natural siempre acaba gangrenando la economía con el cáncer de la corrupción. Las monumentales montañas de dinero extraídas del subsuelo nunca llegan a los ciudadanos. El crimen y los sobornos no sólo hacen que desaparezca la riqueza petrolífera, sino que acaban ahogando a los sectores económicos, como el del aceite de palmera, que funcionaban antes de que llegara el maleficio del oro negro.
En Nigeria, la manera más fácil de hacerse rico es la política. Las personas con más talento del país no se dedican a producir bienes sino a extraer rentas a través del sector público. Como ejemplo, diré que el gobierno nigeriano ha gastado más de 10.000 millones de dólares desde 1979 en construir un complejo acerero en Ajaokuta. Muchos se han enriquecido con las comisiones, pero la fábrica nunca ha producido una sola barra de acero. Mientras tanto, escuelas, hospitales y demás servicios se deterioran sin que los políticos hagan nada por remediarlo.
¿Cómo se arregla todo este caos? No es fácil. Pero en un reciente estudio, el doctor Arvind Subramanian y yo, tras constatar que el principal problema es la corrupción del sector público causada por la lluvia de dinero fácil que proviene de la venta de crudo, proponemos una solución: que el dinero del petróleo vaya directamente a los ciudadanos sin pasar por el estado. Para ello, sugerimos la creación de un fondo que ingrese todo el dinero de la venta de petróleo y cuyos propietarios sea el pueblo nigeriano. A principios de año, cada ciudadano recibirá un cheque en concepto de dividendos. Según nuestra propuesta, el gobierno se quedará sin ingresos petrolíferos. A cambio, no se hará responsable de los servicios públicos –cosa que, entre ustedes y yo, hace años que sucede– a no ser que lo quiera la gente. Al igual que pasa con los estados que no tienen recursos naturales, si el gobierno quiere gastar dinero, deberá poner impuestos a los individuos. Y todos sabemos que es muy difícil robar a las familias una vez el dinero está en su poder si, a cambio, el gobierno no proporciona servicios satisfactorios. En este sentido, la democracia que actualmente existe en Nigeria representa una oportunidad para que la ciudadanía decida con sus votos cómo gastar sus nairas: quizá decida pagar impuestos para el gobierno central, quizá opte por dar el dinero a entes locales que son más fáciles de controlar directamente por la sociedad civil o quizá prefiera quedarse el dinero y pagar escuelas y hospitales privados. Sea cual sea su decisión, lo importante es que el dinero será suyo y no de los políticos.
Los intelectuales de la socialdemocracia se pasan el día intentando encontrar fracasos del mercado y de la iniciativa privada para justificar la intervención del estado. El caso de Nigeria demuestra que, demasiado a menudo, el que fracasa es el sector público. Y claro, la misma lógica indica que la solución en estos casos es la privatización del gobierno.
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