Tags: International | United States Escribía un periodista de la revista británica "The Economist" que corre el rumor en Egipto de que los responsables de los atentados del 11 de septiembre no son Bin Laden y sus seguidores de Al Qaeda sino un tal "Al-Gur". No sabiendo de qué nuevo diabólico terrorista se trataba, el periodista preguntó a un presunto experto sobre el tema cómo lo sabía. El interlocutor dijo convencido: "¿Quién es la persona que más odia y más querría perjudicar a George W. Bush? Obviamente, el candidato al que le robaron las elecciones en el 2000: ¡el ex vicepresidente demócrata Al-Gur!"
La utilización de teorías conspirativas para escribir o rescribir la historia está de moda. La técnica ha sido perfeccionada a través de los años por los herederos intelectuales del marxismo. Karl Marx, al fin y al cabo, pensaba que la historia no era más que la constante lucha de clases, el continuo combate entre perversos explotadores e inocentes explotados por el beneficio material o económico. La metodología consiste en “encontrar” alguna relación entre los que toman decisiones o sus familiares y amigos y alguna empresa maligna (preferiblemente multinacional) y, una vez conseguido, queda automáticamente demostrado que las políticas se han llevado a cabo para favorecer el interés clandestino de la oligarquía. No hace falta ser muy preciso. Ni siquiera hay que contar con datos o documentos concretos que demuestren alguna acción ilegal o inmoral. Simplemente hay que apuntar o sugerir sutilmente algún interés económico “oculto” (oculto para los ciudadanos de a pie, que no para los sagaces observadores a los que no se les escapa ni una) y la teoría conspirativa queda “probada”. Esta difusa metodología sirve tanto para explicar las decisiones de la Generalitat (no hace falta decir que el único objetivo del gobierno catalán es beneficiar a La Caixa), como las del gobierno de Madrid (que normalmente intentan favorecer a algún amigo de la infancia de José María Aznar o de su amada Ana Botella), las de la Berlusconi (que solamente defiende sus propios intereses) o las de cualquier gobierno del planeta y de la historia. La prueba de que se tiene razón se encuentra en el hecho de que, efectivamente, a veces la Generalitat ha favorecido a La Caixa, Aznar a Villalonga y Berlusconi a sí mismo. Al sacar a relucir esos episodios, por puntuales que sean, se demuestra que TODAS las decisiones que toman esos gobiernos favorecen a los mismos. Fin de la demostración.
Debo confesar que yo mismo estuve a punto de convertirme en un experto de la interpretación conspirativa de la historia: una parte importante de mi educación universitaria (en la Autónoma de Barcelona de los años ochenta) consistió en "aprender a descubrir" los hilos secretos que "explicaban" lo que siempre resultaba ser una confabulación de los ricos para explotar a los pobres. Recuerdo haber leído textos enteros de eso que se llamaba "Estructura Económica de España" que se dedicaban a exclusivamente a eso. El más obsceno era un libro cuyo único objetivo era establecer las relaciones de parentesco que había entre los distintos miembros de los consejos de administración de las grandes empresas españolas. Una vez expuesta la relación familiar (a menudo bastaba con que alguno de los apellidos coincidiera en al menos cinco vocales o consonantes), se sobreentendía que los individuos se dedicaban a “robar” y a “explotar” a los desamparados. Nunca se aportaba ninguna prueba de ningún delito. Pero no nos hacía falta. La existencia de relaciones de carácter incestuoso bastaba para los aprendices de mago de la conjura económica.
A pesar de que Marx es, con diferencia, uno de los peores analistas de la historia (su análisis predictivo sobre la caída del capitalismo y la consiguiente aparición del comunismo debería ser considerado uno de los ridículos más importantes del milenio que acabamos de abandonar), su técnica sigue viva entre sus seguidores. De hecho, la interpretación paranoico-conspirativa de la historia parece imprescindible, incluso entre los no marxistas, a la hora de analizar la actual política exterior de los Estados Unidos. Efectivamente, la especulación sobre maquinaciones interesadas es especialmente fértil a la hora de hablar del imperialismo yankee, de la arrogante superpotencia, del gran satán y autoproclamado sheriff del mundo que reacciona a sus instintos primarios violentos para defender unos intereses económicos ocultos. Esa defensa a ultranza de lo inconfesable por parte de los norteamericanos los diferencia de nosotros, los europeos, que somos sofisticados, cultos, benevolentes y solidarios, que nos movemos y nos hemos movido siempre por el bien de la humanidad para garantizar la paz en el mundo y la convivencia entre las naciones y las personas de buena voluntad (sin ir más lejos, todos sabemos que las grandes masacres de la historia no sucedieron en Europa, ni fueron causadas por europeos).
Noten ustedes el parecido entre la metodología marxista y la de la nueva liturgia antiamericana: Primero se encuentra alguna relación, por lejana o hipotética que sea, entre alguna empresa y algún miembro del gobierno de Washington. Para esta primera fase es preferible que la empresa en cuestión sea de la industria del petróleo, sobre todo desde que George W. Bush (hijo de un famoso petrolero de Texas) es presidente del país. Segundo, se “desenmascara” la relación entre esa empresa y el fenómeno o país que se discute. Tercero, se hace una vaga referencia a los ricos petroleros de Texas y a la enorme cantidad de dinero que donaron durante las elecciones presidenciales y, ¡alehup!, queda demostrado: "el gobierno imperialista yankee sólo se mueve por oscuros intereses económicos, y eso lo convierte en uno de los imperios más perniciosos de la historia".
Una esperpéntico ejemplo de todo esto se ha visto recientemente en el tratamiento que nuestra prensa ha hecho del acuerdo que los presidentes de Afganistán, Pakistan y Turkmenistán firmaron a finales del 2002 para empezar las obras del gaseoducto transafgano. Sin ir más lejos, la editorial de un importante periódico de Barcelona del día 28 de Diciembre del 2002 1, vemos que el firmante daba a entender (con esa sutileza que caracteriza a los analistas antiamericanos, que raramente hacen acusaciones explícitas) que los Estados Unidos habían librado la guerra de Afganistán que siguió a los atentados del 11 de septiembre por intereses económicos relacionados con el petróleo o el gas natural. La “prueba” era que la principal asesora de Bush en asuntos internacionales, Condoleezza Rice, era “la mujer de hierro que, curiosamente, fue alta ejecutiva de la Chevron Oil y experta en Kazajstán”. Así de simple: como aquel que no quiere la cosa, se suelta que la señora Rice ha tenido algún tipo de relación con el petróleo y automáticamente queda demostrada la teoría de que la guerra de Afganistán librada por los Estados Unidos fue otra guerra para conseguir petróleo barato. No importa que ni la señora Rice, ni ningún miembro de la administración norteamericana tenga acciones o trabaje actualmente para Chevron Oil (a diferencia de lo que pasa en las repúblicas bananeras y en algunos países europeos, en Estados Unidos los empresarios deben vender todos sus intereses económicos antes de formar parte del gobierno). Ni importa que la empresa que había tenido interés en el gasoducto no fuera Chevron sino Unocual. Tampoco importa que el gasoducto vaya a ir de Turkmenistán a Pakistán pasando por Afganistán y no pase por Kazajstán, país del que Condoleezza Rice es supuestamente especialista. Kazajstán, Turkmenistán, ¡qué más da! lo único importante es mencionar, aunque sea a base de manipular un poco la verdad, una potencial relación incestuosa entre algún miembro del gobierno y alguna empresa del petróleo para que los lectores den rienda suelta a su imaginación y se vayan a casa con la idea de que la guerra de Afganistán fue otra lucha por la defensa de los indefensables intereses económicos norteamericanos. Por si fuera poco, esa sandez se apunta claramente en la página que sigue a la mencionada editorial: “el gasoducto transafgano es un proyecto que fue largamente acariciado por Washington y que se ha logrado gracias a la campaña afgana”.
No sé por qué cuesta tanto darse cuenta de que el gobierno de Estados Unidos no necesitaba ningún tipo de justificación, ni ningún tipo de interés económico para empezar una guerra en Afganistán: la venganza, las ganas de eliminar a los que asesinaron a más 3.000 ciudadanos americanos el 11 de septiembre del 2001 o el deseo de dar una lección a los potenciales protectores de terroristas en todo el mundo eran justificación más que suficiente para entender lo que estaba pasando. Y por ello esa guerra se libró con el beneplácito de un amplio abanico de países y de la comunidad internacional. Pero no, muchos clarividentes analistas tienen que recurrir al petróleo para "demostrar" que esos yankees imperialistas sólo se actúan por misteriosos intereses económicos. A pesar de que, si se piensa durante dos segundos, uno se da cuenta de lo patética que es, esa delirante explicación maquiavélica de la guerra de Afganistán está siendo ampliamente aceptada por la opinión pública de nuestro país.
Todo esto viene a colación porque los editores de este libro me llamaron un día para pedirme que escribiera un artículo sobre "los intereses económicos de los Estados Unidos en el mundo", el resultado del cual es el escrito que están leyendo ahora mismo. Supongo que ellos esperaban que hiciera de Harry Potter de la intriga y escribiera sobre esos míticos intereses ocultos relacionados con el petróleo. Pero no lo voy a hacer. No lo voy a hacer porque, desde mi punto de vista, esa es una visión demasiado simple y a menudo es una manera errónea de analizar la historia de nuestro planeta.
Vaya por delante que tampoco voy a decir que los Estados Unidos no tiene intereses económicos en el mundo y que su gobierno no utilice su poder para defenderlos. ¡Naturalmente que los tiene! Pero eso no es lo que los distingue del resto de los gobiernos actuales del planeta ni del resto de “imperios” de la historia. Todos los gobiernos de todos los países del mundo defienden a menudo los intereses económicos de sus ciudadanos o de grupos de ciudadanos políticamente poderosos. ¿O no se dedica la Generalitat de Catalunya a defender los intereses de las empresas catalanas –y de los ciudadanos, empresarios y trabajadores, que hay detrás de éstas- cuando va por el mundo fomentando nuestra industria y nuestro turismo?, ¿o no defiende el gobierno de Madrid los intereses de la banca española cuando da un crédito blando de miles de millones de euros al gobierno de Argentina?, ¿o no defiende el “gobierno” de la Unión Europea a los constructores aeronáuticos europeos cuando los protege de los gigantes norteamericanos?, ¿o no defiende el gobierno francés a sus empresas que han comerciado (ilegalmente, por cierto) con Iraq después de la guerra del 1991, cuando amenaza con vetar las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas si no se respetan sus intereses?, ¿o no hace lo mismo Rusia, para garantizar que va a cobrar los 40.000 millones de dólares que el gobierno de Bagdad le adeuda? Y si todos los países del mundo tienen intereses y sus respectivos gobiernos los defienden, ¿por qué tanta especulación con los intereses norteamericanos?
Es que los Estados Unidos son el país más poderoso del planeta y, como tal, tiene una responsabilidad especial, dirían algunos analistas. Quizá sea cierto, pero si miramos las diferentes experiencias “imperiales” a través de la historia, veremos que todas las grandes potencias también fueron movidas por intereses económicos. Y si no, ¿qué querían los romanos cuando expandieron su imperio por el Mediterráneo?, ¿qué buscaban los Españoles en América cuando se llevaron todo el oro y toda la plata que sus barcos podían transportar?, ¿qué quería el imperio francés de Napoleón Bonaparte?, ¿qué pretendían las potencias de esa Europa culta y sofisticada del siglo XIX, cuando se dividieron el continente africano antes de saquear todas sus minas de metales preciosos?, ¿qué codiciaba Hitler cuando conquistó toda la tierra que había entre el Atlántico y los Urales?, o ¿qué perseguía el imperio soviético, ese otro gran engendro aparecido en la Europa moderna, mientras tuvo una pizca de aliento? La respuesta es, en todos los casos: ¡los intereses económicos! Intereses económicos en forma de esclavos, de tesoros, de renta, de diamantes, de especias, de oro, de plata, de tierra, de materias primas o de energía. Y si todas las potencias imperiales de la historia se han movido mayoritariamente, por intereses económicos, ¿a qué viene tanto escándalo si los Estados Unidos deciden hacer exactamente lo mismo? 2
Pero, a pesar de que los americanos a menudo actúen (como todos) defendiendo los intereses económicos de sus país, no hay duda que muchas veces también lo hacen movidos por otros mecanismos. Sin ir más lejos, creo que la mayor parte de intervenciones militares internacionales llevadas a cabo por los Estados Unidos en los últimos quince años fueron de carácter humanitario o por razones de seguridad nacional: que yo sepa, ni Somalia, ni Kosovo, ni Haití, ni Bosnia tienen petróleo. Tampoco son grandes mercados de los que los norteamericanos se vayan a beneficiar. Y al pueblo norteamericano le importaban un comino tanto la antigua Yugoslavia como el enano caribeño o el país del cuerno africano cuando el gobierno de Washington decidió enviar sus tropas a esos países, por lo que esas decisiones militares tampoco iban a reportar muchos votos. Ya he dicho que la guerra de Afganistán debe ser entendida en el contexto de la lucha contra el terrorismo internacional y no con el petróleo o el gas de Turkmenistán.
Kuwait sí tiene petróleo pero, curiosamente, los Estados Unidos no se quedaron ni con Kuwait ni con Iraq después de la guerra del Golfo, sino que asumieron el mandato de las Naciones Unidas y dieron por acabada la guerra una vez que el golfo (es decir, Saddam Hussein) fue expulsado de Kuwait. Si los Estados Unidos sólo se mueven por intereses petrolíferos, ¿por qué invadieron la casi totalidad del segundo productor más importante del planeta, y, en lugar de poner su bandera y llamarlo Texas 2, decidieron retirarse y devolver el país a Saddam? Uno no puede dejar de preguntarse qué otro imperio de la historia de la humanidad hubiera devuelto tanto petróleo a sus legítimos propietarios... 3
Otro ejemplo de política exterior que no tiene nada que ver con los intereses económicos es la relación entre Estados Unidos con Cuba. Claramente, cuando prolonga el absurdo boicot a la pequeña isla caribeña, el gobierno norteamericano perjudica claramente a sus empresas turísticas a favor de las conglomerados europeos. Pero el boicot sigue porque el lobby de exiliados cubanos de Florida (y concretamente de Miami) tienen mucho poder político. De hecho, Al Gore perdió las elecciones presidenciales del 2000 por culpa de que su jefe, William Jefferson Clinton, devolvió al pequeño Elián González a Cuba porque así lo decía la ley. Esa decisión irritó profundamente a las decenas de miles de exiliados cubanos de Miami que decidieron castigar al partido demócrata en las siguientes elecciones. El resultado es bien conocido: Gore no fue presidente por culpa de unos centenares de votos... ¡en Florida!
A pesar de que podrían dar muchos ejemplos adicionales que demuestran que, a veces, los Estados Unidos actúan por cuestiones no estrictamente económicas e incluso a veces por cuestiones humanitarias, sería un error y una falsedad decir que el gobierno norteamericano toma decisiones internacionales basándose estrictamente en criterios de benevolencia. No hay duda de que los intereses económicos también tienen su peso a la hora de determinar su política exterior. La pregunta es: en el caso de los Estados Unidos, ¿cuáles son esos intereses económicos? Y quizás más importante, ¿es realmente tan perjudicial para el mundo que los Estados Unidos persigan esos intereses? Empecemos por esta última pregunta. Curiosamente, la respuesta es que no. La razón es que, digan lo que digan los críticos, los intereses económicos del pueblo norteamericano son, en gran medida, los intereses económicos de los ciudadanos del resto del mundo. Porque si a los americanos les interesa una cosa de verdad ésta no es tanto el petróleo barato (que, evidentemente le interesa tanto como nos interesa a los europeos) como la ampliación de los mercados por todo el planeta. Para ello, es necesaria la seguridad, el mantenimiento de la ley y el orden, la garantía del derecho de propiedad, el libre movimiento de mercancías, tecnología, trabajo y capital. En una palabra, la globalización. Y la introducción de mercados, la seguridad, la ley y el orden, la garantía del derecho de propiedad y el libre movimiento de mercancías, trabajo y capital por todo el mundo, acabará beneficiando a las zonas menos desarrolladas del planeta. La globalización es lo que acabará erradicando la pobreza del mundo. Un fenómeno que los no economistas no acaban de apreciar con toda su nitidez es el hecho de que el libre comercio beneficia a todas las partes, por más que diga el pensamiento marxista que cree que siempre que una de las partes se beneficia, es porque la otra está explotada.4
Uno de los ejemplos más dramáticos de las ganancias económicas que los ciudadanos consiguen cuando el país se globaliza lo hemos visto en China. Antes de 1978 China era tenía una economía comunista cerrada al exterior. Era un país en el que habitaban más del 40% de los pobres del planeta. En 1978 decidió introducir mercados e liberar la iniciativa privada (al principio tímidamente, luego con más énfasis), también abrió sus fronteras al capital de las multinacionales y se dedicó a exportar productos al extranjero (miren, si no, de donde vienen los juguetes que recibieron sus niños estas Navidades o miren de donde provienen las prendas que visten ustedes mientras leen este artículo). En una palabra, China decidió empezar a globalizarse. Desde entonces, la pobreza ha disminuido de una manera espectacular. La fracción de ciudadanos chinos que viven en situación de pobreza extrema ha pasado del 74% en los años 70 a menos del 19% en la actualidad. El número total de pobres ha bajado en más 375 millones de personas (¡más que toda la población de la Unión Europea!). Las condiciones de vida de más de mil millones de seres humanos (una quinta parte de la humanidad) ha dejado de ser miserable y, por primera vez en décadas, pueden ver el futuro con cierto optimismo. Los mercados y la globalización, alineados con los intereses económicos norteamericanos, han empezado un milagro sin precedentes en la historia.
El ejemplo de China no es el único. Milagros parecidos se han vivido por todo Asia. Uno tras otro, los países del lejano oriente fueron introduciendo mercados y abriendo sus economías al exterior, a menudo de la mano de los “malignos” intereses de multinacionales norteamericanas. El resultado es que, unos cuarenta años después, la pobreza ha dejado de ser un problema eminentemente asiático y ha pasado a ser un problema esencialmente Africano: en 1970, el 76% de los ciudadanos que vivían con menos de un dólar al día vivían en Asia y solamente el 11% lo hacía en Africa. En la actualidad, las proporciones se han invertido y son del 15% y el 66% respectivamente.
¡Aja!, me dirán los críticos: ¿Y por qué la globalización que tanto beneficia a los americanos no beneficia a Africa? Pues simplemente, porque todavía no han llegado. El continente negro sigue estando dominado por gobiernos corruptos enemigos de la libre empresa, donde la ley y el orden no se conocen, donde los ministros hacen todo lo que pueden para espantar a los extranjeros, donde sus productos no se exportan debido a las barreras arancelarias de Europa, Japón y Estados Unidos, donde sus trabajadores no tienen libertad de movimiento (los enviamos de vuelta para casa cada vez que capturamos sus pateras en Gibraltar) y donde las empresas multinacionales hace años que no invierten. Ninguna de los aspectos que caracterizan a la globalización ha llegado a Africa. Y ésa debe ser, precisamente, la lección: cuando un país pobre introduce una economía de mercado eficiente, unas instituciones libres que potencian la iniciativa privada y abre sus puertas a las fuerzas de la globalización, sus ciudadanos salen ganando. Es verdad que los norteamericanos (y los europeos) también ganan. Incluso es posible que ganen más que los propios países pobres. Pero lo realmente importante es que los ciudadanos de los países subdesarrollados salen muy beneficiados, que las rentas en esos países crecen y pobreza tiende a desaparecer.
El problema es que, a veces, el gobierno de Estados Unidos (como los gobiernos Europeos) no defienden los intereses de todos los ciudadanos sino los de una minoría poderosa. Y muy a menudo, esa minoría no son grupos empresariales ni conglomerados del petróleo. El lobby más importante, el que más influencia tiene en el congreso y el senado norteamericano no es el de las multinacionales con intereses en el extranjero sino el de millones de trabajadores y trabajadoras que han rebasado los 65 años de edad: los jubilados que defienden pensiones dignas y ayudas a la sanidad para ancianos.
Otro lobby importante es el de los agricultores. Éste sí que es un lobby pernicioso ya que consigue imponer barreras arancelarias y obtener obscenos subsidios. Eso perjudica ostensiblemente tanto a los productores del tercer mundo que no pueden competir con los productores americanos que viven de los enormes subsidios que les otorga su gobierno, como los ciudadanos de los Estados Unidos que deben pagar montañas de impuestos para financiar dichos subsidios y a los que se restringe la libertad de elección. Claro que los Europeos no somos nadie para criticar la aberrante política agrícola norteamericana porque nuestra Política Agraria Común es mucho peor y tiene consecuencias mucho más catastróficas para los países pobres y para los contribuyentes europeos.
Pero dejando de lado estas políticas puntuales, la verdad es que los principales intereses económicos de los Estados Unidos en general se alinean, grosso modo, bastante bien con los del resto del mundo: cuando los países subdesarrollados tengan las instituciones de la economía de mercado y estén abiertos al comercio exterior, al movimiento de trabajadores, de tecnología y de capital como lo estamos nosotros y como lo están empezando a estar los países de Asia, empezará el fin de la pobreza en el mundo aunque, eso sí, en el proceso se verán satisfechos los intereses económicos norteamericanos.
1 El 28 de Diciembre es el día de los Santos Inocentes, por lo que uno podría pensar de que se trataba de una inocentada. El hecho de que se tratara del Artículo del Director –eso sí, firmado por el director adjunto- sugiere que, por cómico que parezca, al análisis iba en serio. En contra de la hipótesis de la inocentada está también el hecho de que el mismo tipo de análisis aparecía el mismo día en diferentes periódicos, cadenas de televisión y de radio de todo el país.
2 Utilizo la palabra imperio para catalogar a los Estados Unidos de la actualidad con suma reticencia porque, a diferencia de lo que ha pasado a lo largo de la historia, el país actualmente más poderoso del planeta no anexiona territorios y les planta banderas americanas sino que las únicas banderas americanas son las que los ciudadanos de todo el planeta –incluida los de esa Europa culturalmente tan avanzada- llevan en la ropa que voluntariamente han comprado en una tienda de moda.
3 Se me podría decir que, a esas alturas del siglo XX, con las Naciones Unidas y los tratados internacionales, no era fácil para los Estados Unidos comportarse como lo hubiera hecho cualquier imperio europeo, incluidos los del siglo XX. No sé si eso es cierto. Al fin y al cabo, las masacres francesas en Algeria o las invasiones soviéticas de Checoslovaquia o Hungría ocurrieron en la segunda mitad del siglo XX. En cualquier caso, si es cierto que el mundo a finales del siglo XX era muy distinto al de principios del mismo siglo, la pregunta es ¿por qué? Mucho me temo que la respuesta tiene que ver con el hecho de que los Estados Unidos, y no otro país, era el líder económico, militar y moral del mundo libre... pero esa discusión la dejaremos para otra ocasión.
4 Algunos observadores dicen que los males de Africa provienen, precisamente, del comercio exterior que explota a los indefensos países de ese continente. Es decir, la riqueza de Europa y Estados Unidos solo se puede mantener gracias al comercio y al “intercambio desigual”. En realidad, sin embargo, el comercio Africano solamente representa el 2% del comercio mundial. Cómo un comercio tan pequeño genera unas diferencias de renta tan grandes es un fenómeno que siempre queda inexplicado por los que acusan al comercio mundial de ser la causa de los males de los países pobres.
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