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17 July 2002
Tan imperfectos como empresarios
Mass media - Articles XSM
La Vanguardia
  
 

Tags: Capitalism

Decía Ronald Reagan que el socialismo se basa en tres principios sencillos: “Si se mueve, ponle un impuesto. Si se sigue moviendo, regúlalo. Y si deja de moverse, dale un subsidio para que se vuelva a mover, y así le puedes poner otro impuesto.”

Durante la campaña electoral, George W. Bush se autoproclamó heredero político de Reagan y se disfrazó de liberal. Pero si utilizamos la definición del propio Reagan, la política económica de Bush desde el 11 de Septiembre debería ser catalogada de “socialista” ya que no para de crear nuevos impuestos (como los aranceles al acero), nuevos subsidios (como los que dio a las líneas aéreas o a los agricultores a través del “farm bill”) y nuevas regulaciones (como las que está introduciendo a raiz de los “escándalos financieros”).

Analicemos estos últimos. Muchas empresas norteamericanas están yendo mal, como siempre que ha habido crisis económica. La novedad es que, ahora, las quiebras van acompañadas de intentos de esconder las pérdidas a través de la contabilidad fraudulenta. De ahí que muchos piensen que los escándalos financieros están provocando quiebras empresariales. La realidad, sin embargo, es más bien la contraria: los escándalos y los fraudes son la consecuencia, no la causa, de las suspensiones de pagos. Enron era una empresa enferma que perdía dinero porque había arriesgado excesivamente invirtiendo en sectores en los que no era competitiva y hubiera ido a la bancarrota aunque sus directivos no hubieran hecho trampas contables.

La pregunta es: ¿Por qué empresas como Enron arriesgaron tanto? ¿Y por qué intentaron esconder los malos resultados? Curiosamente, las dos preguntas pueden tener la misma respuesta: la  moda de remunerar a los ejecutivos con “stock options”.

Una “stock option” es simplemente una opción a comprar una acción de la empresa a un precio determinado –similar a la opción que algunos equipos de fútbol tienen a comprar jugadores a final de temporada. Imaginemos que le damos a un directivo la “opción” de comprar un millón de acciones a 10 euros dentro de un año. Si, cuando llega el día, las acciones valen 50, el ejecutivo podrá comprar a 10 y vender a 50 por lo que ganará 40 millones de euros en cuestión de minutos. Si las acciones valen menos de 10, él no ejercitará su opción y no ganará, aunque tampoco perderá nada.

El problema las “stock options” crean dos tipos de incentivos perversos. Primero, dado que si las acciones suben, el directivo gana y si bajan, no pierde nada, éste tiene la tentación de embarcarse en proyectos excesivamente arriesgados que pueden ganar mucho...pero también pueden perderlo todo. Segundo, cuando hay pérdidas, tiene incentivos a encubrirlas durante unos meses para que no bajen las acciones mientras él ejecuta sus opciones y se forra. Es decir, las “stock options” explican, a la vez, el riesgo excesivo y los intentos de camuflar pérdidas.

¿Por qué, pues, las empresas complementaron los salarios de sus directivos con “stock options” durante los años noventa? Pues por un lado, porque a los accionistas también les interesa que las acciones suban, por lo que las “stock options” hacen que los deseos de los directivos se alineen con los suyos. Por otro lado, porque el sistema fiscal introducido en 1993 limita a un millón de dólares el salario que las empresas podían deducir y no obliga a considerar el valor de las “stock options” como pago que reduce los beneficios. Es decir, el fisco permite pagar menos impuestos si las empresas regalan “stock options” a sus directivos que si les pagan salarios reales. La consecuencia, lógicamente, es el uso y abuso de esos medios de pago. Dado que el sistema fiscal fue introducido por el estado, se podría argumentar que más que un fracaso del mercado, lo que está pasando es consecuencia de un fracaso del gobierno.

Pero lo que hay que hacer no es buscar culpables sino soluciones. Y la verdad es que la iniciativa privada ya lo está haciendo. Por ejemplo, la bolsa de Nueva York (una entidad privada a la que no le interesa que haya fraudes) ya ha propuesto nuevas reglas contables de mayor transparencia a todas las empresas que quieran cotizar en su bolsa. La S&P (una agencia privada dedicada a catalogar la credibilidad empresarial) también está desarrollando nuevos principios que obliguen a contabilizar las “stock options” como gastos y tiene pensado hacer públicas las auditorias de todas las empresas americanas.

Mientras tanto, la “solución” de Bush no es otra que la de poner en marcha la lenta maquinaria burocrático-legislativa. Pero en lugar de crear reglas nuevas, mejor sería que hiciera cumplir las leyes actuales (que ya prohíben falsear y destruir documentos y utilizar información privilegiada) y que eliminara la legislación fiscal del 1993 que induce al abuso de las “stock options”. Mi sospecha, sin embargo, es que las acciones de Bush no son más que fuegos artificiales electorales que, en el mejor de los casos, no van a solucionar nada. Y si no que se lo pregunten a los accionistas de Mario Conde, que perdieron todo su dinero a pesar de que docenas de auditores del Banco de España les “protegían” inspeccionando a Banesto durante dos años y sin enterarse de lo que pasaba hasta que fue demasiado tarde.

Demasiado a menudo, los que proponen el intervencionismo estatal ignoran los incentivos perversos que el gobierno tiende a introducir y olvidan que los burócratas que presuntamente van a solucionar los problemas son personas imperfectas. Al menos tan imperfectas como los empresarios.

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