Tags: Africa “Tony Blair es un maricón en un gobierno de maricones de un país de maricones”. Así de fino es el señor que este fin de semana intentará robar unas nuevas elecciones en Zimbabwe: Robert Mugabe.
La historia de Zimbabwe es extremadamente triste. Cuando consiguió la independencia y dejó de llamarse Rhodesia en 1980, era uno de los países más ricos de África. Los colonos que a finales del siglo XIX habían seguido al millonario Cecil Rhodes en busca de minas de oro, formaron productivas granjas en una de las tierras más fértiles del continente. Durante años, Rhodesia exportó cantidades ingentes de caña de azúcar, maíz, algodón, tabaco y cacahuetes. En la actualidad, Zimbabwe depende de las donaciones de alimentos de Sudáfrica y Libia para evitar que medio millón de personas mueran de hambre. El 60% de la población está en paro, la inflación llega al 100%, la inversión ha desaparecido, el déficit fiscal es insoportable, la renta per cápita ha caído a la mitad y el 30% de la población tiene el sida -la tasa más alta del mundo.
¿Cómo es posible que uno de los países más ricos de África se haya convertido en uno de sus más sonados desastres en sólo dos décadas? Ya sé que los intelectualoides que critican a la “Europa del capital” nos dirán que se trata de otra víctima de la globalización capitalista neoliberal salvaje (no se olviden lo de salvaje). La verdad, sin embargo, es que Zimbabwe ha sido víctima del socialismo que introdujo Mugabe de la mano Corea del Norte. Tras ganar las elecciones de 1980 -las únicas limpias que ha habido en el país desde la independendia-, el partido Zimbabwe African National Union o ZANU de Mugabe buscó “la victoria del socialismo sobre el capitalismo” a través de la creación de un “estado Marxista-Leninista de partido único bajo el liderato del politburó del ZANU” y el “cierre del país a la explotación de las multinacionales” (¿les suena la retórica?). Para conseguirlo, se propuso una muy necesaria reforma agraria y se prometió trabajo para todos, salud pública y educación gratuita.
Las palabras eran muy bonitas pero, como ha pasado tan a menudo con el socialismo, las promesas nunca se hicieron realidad. En su lugar, llegaron los gulags, las persecuciones y las matanzas. Los asesinatos masivos de miles Ndebeles han sido particularmente sangrientos (los Ndebele son los descendientes de los guerreros Zulú que fueron expulsados de Sudáfrica por el gran Shaka en 1830 y opositores de la etnia Shona a la que pertenece Mugabe). Los amigos del dictador se enriquecieron a través de contratos públicos. Las ayudas y los créditos internacionales, tras ser robados por los miembros del partido, dejaron de llegar. Al no poder pagar a los milicianos que le mantenían en el poder, el gobierno les permitió invadir y saquear las granjas de los blancos diciendo que esa era la “reforma agraria”. La consecuencia fue que las tierras no servieran como garantía de crédito para comprar fertilizantes, la producción de alimentos bajara y los precios se multiplicaran. Para “solucionarlo”, el camarada Bob decretó un precio del pan muy por debajo de su coste. Naturalmente, se dejó de producir pan y llegaron las hambrunas. A pesar de la escasez generalizada, el gobierno tiene a más de 10.000 soldados en la guerra del Congo. Como pago, Robert Mugabe recibe diamantes.
Pese a todo, el tirano tiene todos los números para ganar las elecciones de los días 9 y 10 de Marzo. ¿Por qué? Pues porque está poniendo en la cárcel a los miembros del partido de la oposición, el Movimiento para el Cambio Democrático (MDC) –hace dos semanas, su líder, Morgan Tsvangirai, fue encarcelado acusado de traición por decir que una derrota electoral “eliminaría” a Mugabe-, porque ha expulsado a los observadores extranjeros, porque ha impedido que la prensa libre hablara de las elecciones y porque sus seguidores tienen libertad para violentar a quien intente votar en su contra.
Shepherd Ngundu, un maestro de secundaria, fue sorprendido delante de su casa por seguidores de Mugabe cuando estaba leyendo el periódico crítico “Daily News”. Le acusaron de dar apoyo a Tsvangirai. Entraron en su casa y la registraron esperando encontrar su carné de afiliado o algún panfleto que lo ligara al MDC. Al no hallar nada, decidieron que la posesión del “Daily News” era prueba suficiente de traición. Lo pegaron con barras de hierro y lo azotaron con cadenas hasta que lo mataron. Arrastraron su cuerpo por el pueblo para dar ejemplo e intimidar así al resto de los ciudadanos. Su mujer fue corriendo a denunciar los hechos. Al entrar en la comisaría se encontró con que los asesinos de su marido eran los mismos policías.
A pesar de sus atrocidades, en marzo del 2001, Mugabe fue recibido con honores de estado por el presidente de la república Francesa -ese país tan progresista y tan defensor de los intereses de los pobres-, por el primer ministro belga y por el comisario Unión Europea para la ayuda al desarrollo. Tony Blair le hizo un feo, y por eso el calificativo de “maricón”. La pasividad de los líderes occidentales es realmente inquietante, y no sólo por los perjuicios que le causa a su pueblo, sino porque la inestabilidad política de Zimbabwe puede afectar a toda la zona sur del continente africano y especialmente a su motor, Sudáfrica. Esperemos que, a pesar de tener todas las cartas en contra, la oposición gane las elecciones de mañana. Si no, los países democráticos civilizados deberán empezar a pensar en cómo sacarse de encima a ese Mussolini Africano.
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