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11 September 2001
Tasa Tobin, pero sin Tobin
Mass media - Articles XSM
La Vanguardia
  
 

Tags: International

¿Se han preguntado por qué a veces el dólar cuesta 200 pesetas y a veces cuesta 90? Hay quien dice que es por culpa de los especuladores que compran dólares cuando están baratos para venderlos cuando están caros. Para evitar que esos usureros desestabilicen el valor de las monedas, se podrían reducir sus ganancias y una manera de conseguirlo es cobrarles un “impuesto” o “tasa” cada vez que compran y venden divisas. Esta idea no es mía. Tampoco es nueva. La tuvo el ganador del premio Nobel, James Tobin, en 1971. La idea nunca tuvo muchos adeptos y pronto se abandonó.

En diciembre de 1997, Ignacio Ramonet la resucitó en una editorial de su “Monde Diplomatique” y, desde entonces, la “tasa Tobin” ha sido el estandarte de los anti-globalización. Para éstos, sin embargo, el principal objetivo no es la reducción de las fluctuaciones monetarias sino la recaudación fácil de un dinero que se pueda utilizar para ayudar a los países pobres (usando el cuento de la lechera, calculan que se van a recaudar unos 300.000 millones de euros anuales; irónicamente, y ya que hablamos de leche, eso es precisamente lo que gastamos en proteger a los agricultores de los países ricos en perjuicio de las economías del tercer mundo). Las buenas intenciones de los antisistema deben ser aplaudidas, pero no deben esconder el hecho de que la tasa Tobin sigue siendo una mala idea. Y lo es por diversas razones.

Primera, en teoría, la tasa Tobin solamente debe gravar los movimientos de capitales “especulativos” de corto plazo y no los capitales “productivos” o inversiones de largo plazo. En la práctica, es muy fácil transformar los unos en los otros, por lo que a todos los especuladores les resultará sencillo evadir el impuesto y eso lo hace ineficaz.

Lo que nos lleva al segundo problema: al no poder distinguir entre “especulativos” y “productivos”, los defensores de la tasa Tobin acabarán pidiendo impuestos para “todos” los capitales. Eso reducirá la inversión extranjera, lo que será especialmente dañino para los países del tercer mundo cuyo principal problema es la falta crónica de inversión. La tasa Tobin es perjudicial.

El tercer problema es que, para ser viable, debe ser adoptada por todos los países del mundo sin excepción. Una diferencia importante entre las mercancías y las divisas es que las primeras son físicas, por lo que el gobierno puede impedir, por ejemplo, que salgan del puerto si antes no se abonan los impuestos correspondientes. Eso contrasta con el dinero que, hoy en día, no es más que un conjunto de números almacenados en algún ordenador. Piensen en lo que pasa, por ejemplo, cuando pagan con tarjeta de crédito: el ordenador de su banco reduce su saldo en X pesetas y el ordenador del vendedor aumenta su saldo en la misma cantidad. Ni una sola moneda o billete su mueve físicamente de lugar. De hecho, ¡todo pasa sin que ustedes sepan siquiera donde está el ordenador que guarda su cuenta! Eso hace que los capitales se puedan mover fácilmente de un ordenador a otro, con una llamada telefónica o a través de internet, desde cualquier parte del mundo. Y si los especuladores pueden comprar divisas en Sabadell pagando la tasa Tobin, o en el Atolón de la Vaca sin pagarla, ¿dónde creen que se va a realizar la operación? Mientras quede un solo paraíso fiscal en el planeta, la tasa Tobin es inviable.

En cuarto lugar, y suponiendo que la tasa Tobin se pudiera implementar, ¿cuál sería el tipo impositivo? La propuesta inicial era del 0.1%, pero cada vez son más las voces que proponen el 0.5%. La codicia de los recaudadores les llevará pronto a decir que no pasa nada si se sube al 1%, y después al 10% e incluso al 50%. Cuando esto suceda, los movimientos internacionales de capitales, especulativos y productivos, se paralizarán, y eso podría ser muy peligroso.

El quinto problema se refiere a la utilización del dinero. Los defensores de la tasa Tobin presuponen que las donaciones favorecen el desarrollo del tercer mundo. En realidad, sin embargo, las limosnas sistemáticas no contribuyen al crecimiento económico de los países pobres y los condenan a la dependencia permanente. Es más, diversos estudios económicos demuestran que los dontivos a países con malas políticas económicas son incluso perjudiciales. La propuesta, pues, no ayudará a reducir la miseria de los pobres por lo que es inútil.

Y finalmente ¿quién administra el dinero? Tobin  sugirió que los ingresos fueran a parar al FMI y al Banco Mundial. “Curiosamente”, esa parte de su propuesta ha sido ignorada por los globófobos, enemigos acérrimos de dichos organismos. Dicen que se debería crear una nueva institución internacional “más democrática”. Dada la tendencia que tienen estos grupos a boicotear violentamente todas las reuniones internacionales, incluyendo las de líderes elegidos democráticamente, el proyecto parece incoherente.

En resumen, la propuesta estelar del movimiento antiglobalización es ineficaz, perjudicial, inviable, peligrosa, inútil e incoherente. Una mala idea a la que se intenta dar credibilidad intelectual a base de reiterar que la ideó ¡todo un premio Nobel! Sólo hay un pequeño problema: James Tobin no está de acuerdo con la actual propuesta e incluso dice, irritado, que los globófobos la han manipulado hasta el punto que los acusa de abusar de su nombre y de su reputación.

Tenemos, pues, la “tasa Tobin pero sin Tobin”, que es igual de surrealista que los “huevos al plato pero sin plato” de Salvador Dalí, aunque con mucho menos interés artístico o intelectual.

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