Tags: Freakonomics Barcelona debe convertirse en uno de los “Centros Mundiales del Conocimiento”, la “Boston del Mediterráneo”, la “Capital Europea de las Tecnologías de la Información”. Nuestros políticos más visionarios no cesan de mencionar la importancia que el saber y las nuevas tecnologías tendrán durante el siglo XXI, y no quieren que perdamos el tren del futuro. Y de ahí que surjan iniciativas como 22@BCN o el Parc Científic i Tecnològic para colocarnos en el umbral del nuevo milenio.
No voy a ser yo quien niegue la importancia del conocimiento y del progreso científico en un país rico y moderno. Pero antes de dejarnos llevar por euforias tecnológicas, quizá sería importante preguntarse: exactamente, )cómo se piensa atraer a los mejores científicos del mundo para que trabajen e investiguen en nuestro querido país? Entiendo que, a la mayoría de ellos, les encantará nuestro clima, nuestra sana cocina mediterránea y nuestra personalidad. Incluso preveo que muchos de ellos se quedarán impresionados por lo rectos que nos salen los “castells”. Pero, además de todo este indudable atractivo, ellos vendrán aquí en busca de infraestructuras y laboratorios de investigación con recursos abundantes, de salarios competitivos a nivel mundial y redes de universidades con profesores y estudiantes de categoría con los que poder cooperar y de los que poder aprender.
)Cómo piensan nuestras administraciones ofrecer todo esto? El deplorable estado en que se encuentran nuestras universidades no les puede estar invitando al optimismo: nuestros profesores cobran una fracción de lo que pagan los centros pioneros del mundo y sus salarios no están casi relacionados con su producción científica (la uniformidad y la eliminación de “agravios comparativos” está por encima de la productividad a la hora de determinar retribuciones). Nuestros catedráticos obtienen una parte muy importante de sus ingresos fuera de la universidad, por lo que su dedicación a la actividad docente e investigadora es, demasiado a menudo, irrisoria. Y no hace falta mencionar el consabido problema de la endogamia universitaria (se promociona a los amigos –o incluso a los ministros!- en lugar de a quien se lo merece) o la flagrante falta de recursos económicos en infraestructuras científicas. A pesar de todo esto, las apuestas de modernización que hacen nuestros políticos no vienen acompañadas de propuestas de reforma del sistema universitario, por lo que las probabilidades de éxito son más bien escasas.
Y con esto no quiero decir que debamos perder el tren de la tecnología. Pero de ahí a ser líderes mundiales en el campo de la investigación hay un buen camino. Lo que no podemos es deslumbrarnos con proyectos que suenan muy bien, pero que pueden acabar como multitud de empresas de internet, que se las prometían muy felices hace solo un par de años y que ya forman parte de la historia de los fracasos empresariales.
Si me lo permite el lector, yo apostaría por otra de las líneas que marcarán el siglo XXI. Tiene mucho menos “glamour” pero nuestras posibilidades de éxito son mucho mayores: se trata del negocio de los ancianos. Nos acercamos a una situación demográfica y económica en la que cada vez hay más jubilados con un poder adquisitivo importante. Los años de vida sana y activa después de la jubilación crecen sin cesar. El poder político de los abuelos queda demostrado cada vez que alguien intenta reformar el sistema de pensiones. Todo esto conllevará importantes cambios en el paisaje político y económico del siglo XXI. Los negocios relacionados con las actividades de la gente mayor van a florecer por todas partes: desde viajes a actividades lúdicas, pasando por campos de golf y servicios de vigilancia y cuidados sanitarios. Los jubilados van a querer gastar los ahorros de toda una vida y el sector financiero deberá tomar nota. La ciencia, otra vez la ciencia, va a seguir dedicando más recursos para solucionar los problemas de los ancianos ricos que los de los africanos pobres. Incluso el paisaje físico cambiará al tener los edificios, los vehículos y el transporte público que adaptarse a la existencia de miles ciudadanos que circulan con sillas de ruedas. Si el siglo XX ha sido el siglo de la liberalización de la mujer, el siglo XXI será el siglo de la gerontocracia. Y todo esto no es ciencia ficción sino que ya está empezando a suceder. Algunas empresas con visión ya están llevando a cabo proyectos relacionados con los mayores, mientras que algunas comunidades autónomas vecinas ya están apostando por atraer, con éxito, a miles de abuelitos del norte de Europa que buscan escapar del frío polar durante el invierno.
En los próximos años se crearán centenares de miles de puestos de trabajo relacionados con el negocio de la gente mayor y nosotros podemos y debemos luchar por ellos porque, a diferencia de lo que sucede con la ciencia, Catalunya disfruta en este sector de una situación privilegiada, casi única en el mundo entero. Pocos lugares de nuestro planeta combinan tres de los activos que los cada vez más adinerados jubilados buscan: un buen clima, una ya desarrollada infraestructura turística y lúdica y una excelente oferta sanitaria.
Sillicon Valley es un espejo en el que todo el mundo se quiere reflejar, pero no hay que olvidar que la primera industria de California no es la informática sino el turismo. Los catalanes deberíamos actuar sin complejos y no perder el disparo de salida de una carrera que sí podemos ganar: la carrera de la gerontocracia.
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