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15 September 2009

Mercados de Sexo (2): El Mercado Spot. Articulo para LV llamado "Outsourcing Sexual"

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Dice la sabiduría popular que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Aunque estrictamente hablando eso no puede ser verdad (en todo caso, el oficio más antiguo sería el del cliente que frecuentó a la primera prostituta puesto que necesitaba haber trabajado en algún oficio para poder comprar sus servicios), lo que en realidad nos dice la frase es que la prostitución ha existido siempre y se ha dado en todas las civilizaciones. La universalidad del negocio del sexo indica que no se trata de un fenómeno cultural sino biológico.

Analicemos, pues, el proceso evolutivo: dado que los hombres pueden tener un hijo cada vez que realizan el acto sexual, nuestros padres ancestrales más lujuriosos tuvieron mayor descendencia que los que practicaron la castidad. En cambio, dado que una mujer sólo puede tener entre 12 y 15 hijos a lo largo de la vida, las hembras de conducta sexual ligera tuvieron tantos hijos –entre 12 y 15- como las no fornicaban con tanta compulsión. La selección natural darwiniana sugiere, pues, que al ser nosotros descendientes de hombres extraordinariamente libidinosos (y con una preferencia por tener relaciones con una gran variedad de hembras) y de mujeres de vida más o menos ordenada, nuestro código genético actual dice: el hombre es más promiscuo que la mujer.

Pero la naturaleza del acto (hetero)sexual es tal que, cada vez que hay un hombre que hace el amor, también hay una mujer. ¿Cómo se compagina eso con el hecho de que el deseo carnal y el apetito por la diversidad masculina sean mayores que las femeninas? Pues a través de un proceso a través del cual unas pocas mujeres hacen sexo con muchos hombres… a cambio de una compensación económica. Nace, pues, la prostitución.

Quizá sea porque entendieron que las raíces del fenómeno eran biológicas y, por lo tanto, de difícil control, dos teólogos cristianos importantes como San Agustín o Santo Tomás de Aquino llegaron a decir que la prostitución debía ser tolerada como “válvula de escape social”. Ese mismo principio debería ser entendido por Jordi Hereu, el alcalde de Barcelona que ha encendido el debate sobre la necesidad de prohibir la prostitución.

En principio, en una democracia liberal el estado no debería oponerse a que un hombre y una mujer intercambien servicios por dinero. Al fin y al cabo, si se permite que una mujer le haga un masaje, le analice la vista o le haga una clase de yoga a un hombre a cambio de dinero, ¿por qué va a prohibir que le haga una felación?

Una posible respuesta es que la felación no la hace por su propia voluntad sino por dinero. Esa respuesta es insatisfactoria puesto que con ese razonamiento deberíamos prohibir casi todos los oficios del mundo. ¿O es que las mujeres de la limpieza lavan los urinarios por placer? ¿O es que los empleados de banca van a su puesto de trabajo cada lunes por amor al arte? ¡No! Lo hacen por dinero… igual que las operarias del amor.

Otra respuesta común es que las prostitutas son traficadas, obligadas y esclavizadas por los proxenetas. Eso tampoco es un buen argumento a favor de la prohibición. Es un argumento a favor de perseguir las mafias que trafican con personas, eso sí, pero del mismo modo que cuando se descubre a traficantes de ciudadanos orientales que trabajan esclavizados en establecimientos de Barcelona no prohibimos los restaurantes chinos, tampoco debemos hacer lo mismo con la prostitución. Es más, el hecho de que las trabajadoras del sexo se dediquen a una actividad ilegal dificulta su liberación porque, si denuncian a sus explotadores, ellas pueden acabar en la cárcel ya que también están fuera de la ley.

Algunos prohibicionistas dicen que vender sexo es “moralmente reprobable”. Tampoco vale: si el legislador o el obispo pensaran que es moralmente reprobable que se corten los cabellos a cambio de dinero, ¿dejaríamos que el estado aboliera las peluquerías? Respuesta: no. A diferencia del asesinato, el sexo no es obviamente perjudicial para nadie. Y fíjense que nadie quiere obligar a vender sexo a la gente que lo encuentra inmoral. Lo que digo es que hay que dejar libertad de elección a quien no comparta esa misma moralidad.

Existen dos argumentos poderosos a favor de la legalización. El primero ya ha sido esbozado: la mejor manera de combatir el tráfico de blancas es legalizar la prostitución para que cualquier explotación pueda ser denunciada sin miedo. Además, eso permitiría a las empresas del sector a contratar a las trabajadoras en origen y a pagarles el viaje de ida y vuelta, eliminando así el negocio del traficante. El segundo es que, en el proceso de intercambio de sexo por dinero hay una persona inocente (y engañada) cuya salud es puesta en peligro por la conducta temerosa del hombre: la esposa. El marido tiene el derecho a arriesgar su propia salud, pero no la de su pareja. Esto, que los economistas llamamos “externalidad”, necesita ser corregido. ¿Cómo? Los economistas han pensado dos maneras distintas… y ambas pasan por la legalización. La primera es la regulación: obligar a las trabajadoras de sexo a un control sanitario que garanticen su estado de salud y la de sus clientes. La segunda es la introducción de impuestos “pigouvianos” parecidos a los se usan para combatir la contaminación. Eso, además de equiparar la prostitución a todos los demás oficios que cotizan a hacienda, encarecería la transacción, reduciría la demanda de servicios sexuales y disminuiría los incentivos económicos del hombre a practicar, voluntariamente, su “outsourcing sexual”.

 

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