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12 September 2009

10 Grandes Ideas (2): La Idea de Dios.

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La segunda gran idea de la humanidad es la idea de dios. Es una de las más importantes a la vista no sólo de la cantidad de gente que a lo largo de la historia ha vivido solamente para contentar a su dios, sino que ha matado por él (o por ellos). Quizá dios no sea la mejor idea que ha tenido el hombre, pero seguro que es una de las más importantes.

Poniéndome en la mente de los hombres primitivos, supongo que dios debió empezar como una superstición: “hoy he salido de la cueva, he girado a la izquierda y ha cazado un ciervo. Ayer giré a la derecha y no cacé nada. Mañana, ¡a la izquierda!” (nota: a los seguidores del muro, este tipo de comportamiento les resultará familiar y típico no solo del hombre primitivo sino el hombre actual –quizá menos primitivo: de hecho, recordad que un servidor hizo con el color de sus americanas durante el glorioso mes de Mayo de 2009: el día 2 llevaba americana verde y ganamos en el Bernabéu 2 a 6. ¡Al Loro! Me dije: “¡A lo mejor debería llevar la verde este próximo miércoles cuando juguemos en Londres!”. Así lo hice… e Iniesta marcó en el minuto 93. La leyenda de la americana verde siguió en Valencia y, finalmente, alcanzó sus poderes sobrenaturales en Roma, Bilbao y Mónaco. Antes de que penséis que mi conducta fue extraña, dejadme que os diga que a mí se me nota más que a los demás, pero hablando con todos los que me rodeaban, desde el Presidente Laporta, a Pep Guardiola, Txiki, Johan o el resto de la junta directiva, todos, absolutamente todos habían seguido algún tipo de rito supersticioso, no tan llamativo como la americana verde, pero no menos real: desde la misma corbata hasta la misma comida el día del partido pasando por la misma ropa interior, resulta que todos habían sido igualmente supersticiosos.)

Volviendo al tema, a partir de la superstición es fácil que aparezcan los dioses. Al fin y al cabo, la superstición es la creencia de que hay una fuerza que no acabas de entender que dicta que las cosas salgan de una manera u otra. A partir de aquí, surge casi inmediatamente la idea de dios. Los dioses explican por qué pasan las cosas y por qué las cosas son como son: explican el principio y el fin, la creación y la destrucción, el rayo y el trueno, el mar y la tierra, el fuego y el aire, las lunas y los planetas. Algunas civilizaciones encarnan a los dioses en animales (vacas, serpientes, toros). Otras en los cuerpos celestiales (el Sol, la Luna, Marte, Júpiter). Algunos en fenómenos extraños que en aquel momento no se entendían (la fertilidad, la cosecha , el tiempo, la muerte). Algunas los mitifican en seres nunca vistos (Zeus, Júpiter o el dios judeocristiano).

De repente, algunas religiones monoteístas que salen de Zarathrusta empiezan a utilizar a los dioses como reguladores de lo ético (según Nietzsche, “Zarathrusta fue el origen del error más profundo de la historia humana: la invención de la moralidad), especialmente el judaísmo y sus dos descendientes importantes, el cristianismo y el islam. En ese momento, dios no sólo explica lo inexplicable sino gobierna sobre la moral, dicta sobre el bien y el mal que deben guiar nuestro comportamiento: no matarás, no robarás, no mentirás, no comerás cerdo… Dios impone una serie de reglas que permiten a las sociedades que las adoptan funcionar mejor que las que no las adoptan (es bueno que en una sociedad no haya robos, asesinatos, violaciones o, si hay triquinosis, no coma cerdo). La idea de dios funciona a través del alma. Es decir, a través de la creencia de que algún componente no físico del hombre (el alma) puede sobrevivir la muerte y de que se puede mejorar el destino de esa alma a través del comportamiento terrenal y de los ritos de la religión, dios o los dioses pueden regular el civismo del hombre sin necesidad de imponer penas reales sino a través de la fe. En este sentido, el invento es sumamente inteligente, en un mundo donde no hay recursos para implementar la ley, la concesión de premios póstumos al buen comportamiento (el cielo, la reencarnación en seres superiores) o impone castigos (el infierno o la reencarnación en seres inferiores), funciona sin tener que demostrar empíricamente ni que existe el cielo, el infierno, el nirvana o la reencarnación. La fe en la veracidad de esas promesas hizo que las personas se comportaran sin necesidad de un estado que imponga las leyes a través de la fuerza y el castigo terrenal.

La idea de dios como explicación de lo inexplicable ha sufrido una muerte lenta y paulatina que empezó con Thales de Mileto y los filósofos de la antigua Grecia. Aristóteles proclamó que todos los fenómenos naturales tenían una explicación y respondían a algún tipo de ley natural y no a la arbitrariedad de los dioses y sus titanes y que esa ley se podía descubrir a través de la observación, a través de la inducción. El cristianismo y la obsesión teológica sepultó esas ideas durante un milenio hasta que Santo Tomás redescubrió a Aristóteles a través del Islam y lo intentó casar con la teología cristiana. A partir de entonces, el cristianismo que hasta entonces había sido impermeable para con la ciencia empezó a permitir el pensamiento independiente. La revolución científica ha ido comiéndose el terreno de los dioses hasta dejarlo en casi nada. De hecho, hoy día las leyes de la naturaleza saben cómo explicar desde el big bang hasta el ADN y desde la primera célula viva hasta el ser humano. Pero todavía hay tres cosas que no podemos explicar y para las que necesitamos a dios: La primera, ¿quien puso el punto inicial que explotó en el big bang? Es decir, ¿Cuál es el origen del universo? La segunda, ¿cómo pasar de ADN a vida? Es decir, ¿cuál es el origen de la vida… y por ende, qué pasa después de la muerte? Tercera, las leyes de la naturaleza lo explican todo, pero… ¿quién ha hecho esas leyes y por qué esas leyes son así? En este sentido, dos de los grandes científicos de todos los tiempos, Newton y Einstein eran profundamente religiosos y decían que lo que estaban haciendo no era substituir a Dios, sino descubrir las leyes que les permitían saber cómo pensaba dios.

La idea de dios como organizador de sociedades a través de la manipulación de la moralidad de sus individuos también ha perdido terreno, aunque en menor medida, ante el estado. Los estados han organizado maneras de perseguir comportamientos “indeseables” no a través de difusas amenazas infiernos o reencarnaciones, sino a través de castigos terrenales inmediatos: la cárcel o la pena de muerte. La gente que no cree en dios no roba, no porque se lo diga dios sino porque teme ser capturado por la policía y castigado por la autoridad legal.

Es interesante resaltar que la gente que cree en dios tiende a ser más feliz. No sé si es porque dios todavía explica lo que pasa después de la muerte y la gente que cree en la felicidad eterna afronta la muerte con menor temor. No lo sé. Lo que sí sé es que ese aspecto positivo debe estar en la balanza que nos dice si dios ha sido un buen invento o un mal invento. En el otro plato de la balanza está, lógicamente, el odio, las persecuciones, sacrificios y los crímenes que se han cometido en nombre de algún dios.

 

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