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29 April 2011

Lo que Explota Mourinho

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El comportamiento de José Mourinho, acusando a los árbitros, a la Federación Española y a la UEFA de favorecer sistemáticamente al Barça es reprobable desde el punto de vista ético, deplorable desde el deportivo y demuestra una falta de clase impropia de un club que siempre se ha vanagloriado de señorío.

La pregunta es: ¿Por qué actúa así? Unos dicen que eso del señorío es una farsa ya que éste no se demuestra cuando ganas sino cuando pierdes y ahora que el Madrid lleva unos años perdiendo, sale a relucir su verdadera naturaleza, mucho más cercana al todo vale de Tomas Roncero que a la caballerosidad de Di Stefano o de don Santiago Bernabéu.

Otros opinan que es la peculiar manera que tiene don José de esconder su propio fracaso: sus quejas arbitrales consiguieron que en la rueda de prensa posterior al partido nadie se cuestionara el mal juego desplegado por su equipo y toda la atención se centrara en si la expulsión de Pepe era justa o si el Barça merecía la Champions del 2009.

Otra posibilidad, más creíble desde mi punto de vista, es que Mourinho actúa así para influenciar a los árbitros: si pones presión al colegiado acusándole de antemano de favorecer al Barça y sugiriendo que cualquier tarjeta roja que se le enseñe al equipo blanco será catalogada de injusticia o casi inmoralidad, eso te permite jugar con una agresividad al borde del reglamento y esa es tu única posibilidad ante un equipo que obviamente superior en el terreno del talento deportico. Esa es una posibilidad teórica pero, para que  Mourinho pueda poner presión sobre los árbitros, éstos tienen que ser “presionables”. La pregunta es: ¿lo son? Es decir, ¿son susceptibles los árbitros de favorecer a un equipo determinado si existe presión social para ello?

Aunque a ustedes les cueste creerlo, éste es un tema que ha sido estudiado por los economistas. La “presión social” genera incentivos no monetarios que afectan las decisiones de gobiernos, empresas o consumidores. Existe presión social para actuar de determinadas maneras como es no contaminar, no consumir bienes producidos bajo determinadas condiciones (como el trabajo infantil o la esclavitud) o no acudir a determinados espectáculos (como los que son denigrantes para determinados grupos o animales). La “presión social” está siendo utilizada, por ejemplo, para limitar la corrupción en países emergentes.

Para analizar la “presión social” que el público ejercer sobre los árbitros, en 2002 los psicólogos británicos Nevill, Balmer y Williams hicieron un experimento: enseñaron vídeos de faltas y penaltis hechos contra equipos locales a una serie de árbitros de Premier. A la mitad de ellos les enseñaron los vídeos con el rugido del público (que lógicamente pedía la falta a favor de su equipo local) y a la otra mitad les enseñaron la misma jugada sin ruido. El resultado fue revelador: los que oían las quejas del público decían que era falta a favor de los locales un 15,5% veces más. El ruido del público parecía influenciar la decisión del colegiado.

Un par de años más tarde, los economistas Garicano y Prendergast de la Universidad de Chicago y Palacios-Huerta de Brown, publicaron un artículo que analizaba el favoritismo arbitral en el fútbol español. La idea era mirar si la presión del público hacía que los árbitros favorecieran a los equipos locales. El primer problema que un estudio de este tipo encuentra es cómo medir el favoritismo: incluso después de verlo cinco veces por televisión, los del Barça ven claramente falta de Pepe con tarjeta roja y los del Madrid no ven ni falta ni tarjeta. Como es difícil ponerse de acuerdo, las decisiones sobre faltas, penaltis, expulsiones, fueras de juego y tarjetas amarillas, pues, no pueden ser utilizadas para ver si un árbitro favorece a uno u otro equipo.

Ahora bien, existe un dato absolutamente objetivo que puede ser utilizado en este tipo de estudios: el tiempo de descuento. Es fácilmente medible y no hay lugar a dudas: dos minutos son dos minutos y punto. Garicano, Palacios-Huerta y Prendergast demuestran que, una vez tenidos en cuenta el número de sustituciones y lesiones, el árbitro añade, en promedio, casi cuatro minutos cuando el equipo de casa pierde por un sólo un gol mientras que sólo añade uno si gana por un gol. Es decir, añadiendo más cuando el equipo de casa necesita remontar y menos cuando necesita que no le remonten, el estudio demuestra que los árbitros son descaradamente caseros. En 2007, el profesor de la universidad de Calabria, Vizenzo Scoppa estudió la liga italiana y llegó a la misma conclusión.

¿Quiere decir eso que los árbitros son influenciados por la presión del público local? Pues la respuesta es que no. Es verdad que los árbitros podrían ser caseros porque el griterío del público les afecta, pero también podrían serlo porque, desde un punto de vista corporativo, interesa que gane el de casa: si el equipo local tiene una mayor probabilidad de ganar, el público será más numeroso y los organizadores de competición –que son los que ponen los árbitros- salen ganando. ¿Cuál de esas hipótesis es correcta?

La respuesta la encontramos en otro estudio parecido realizado en Alemania por el profesor Thomas Domen del Instituto IZA de Bonn. Tras analizar 3.519 partidos de fútbol jugados a lo largo de 12 temporadas en la Bundesliga, Domen llega a la misma conclusión que Garicano y sus colegas y Scoppa: en la Bundesliga, como en las ligas española e italiana, los árbitros son sistemáticamente caseros y añaden casi tres minutos más cuando el equipo de casa pierde por un gol que cuando gana por un gol. La novedad del estudio de Domen es que compara el grado de favoritismo que existe en los campos “normales” y en los campos “olímpicos” en los que una pista de atletismo separa al público de los jugadores… y los árbitros. La idea es que si los árbitros son caseros porque sucumben a la presión ambiental, el grado de favoritismo será menor cuando el público está lejos y ejerce menos presión sobre los colegiados.

El resultado es concluyente: en los estadios olímpicos los árbitros añaden menos minutos cuando el equipo local pierde de uno y añaden más cuando ganan de uno. Es decir, en los estadios donde hay menos presión del público, los árbitros son menos caseros. Los árbitros, pues, no son inmunes a la presión social… y eso, me temo, es exactamente lo que explota Mourinho.

Versión final

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